El labrador que poda a todo sarmiento

1.– Conversión.- «Cuando llegó a Jerusalén, intentaba unirse a los discípulos…» (Hch 9,26) Pablo había sido uno de los más tenaces perseguidores de la Iglesia de Cristo. Hacía poco que marchó hacia Damasco «respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor», con cartas para la Sinagoga, dispuesto a encadenar a los que creían en Cristo, tanto hombres como mujeres.

Pero ese Cristo que él perseguía se le cruzó en el camino y Pablo cayó a tierra, deslumbrado por el fulgor del Señor. Y cuando comprendió que era el Mesías prometido por los profetas, cuando supo que Jesús de Nazaret había resucitado de entre los muertos, Pablo se entrega totalmente, emprende el camino que Dios le señalaba. Un camino con una dirección contraria a la que él traía. Y toda la fuerza de su personalidad la pone al servicio de ese Jesús que le ha derrumbado. Pablo es un hombre auténtico, consecuente con sus principios, enemigo de las medias tintas, audaz y decidido. Ejemplo y estímulo para nuestra vida de cristianos a medias, para nuestro querer y no querer, para esta falta de compromiso serio y eficaz de quienes decimos creer.

Los cristianos de Damasco, desconfían de Pablo. Era imposible que aquel terrible perseguidor quisiera ahora vivir entre los cristianos, que fuera verdad que se había convertido. Fue preciso que Bernabé, uno de los predicadores de más prestigio en aquella comunidad, intercediera presentándolo a los mismos Apóstoles. Y a pesar de ello Pablo, tendrá que sufrir durante toda su vida el recuerdo, siempre vivo en sus detractores, de sus pecados pasados. Siempre será un sospechoso, una presa fácil para la calumnia y la maledicencia. Y sus enemigos se empeñan en mantener la mala fama de su actuación anterior.

Cierto que es difícil que los hombres cambien. Pero lo que para el hombre es imposible, para Dios no lo es. Por eso el hombre más perverso puede acabar siendo un santo. Y viceversa… Para los que intentan rectificar sus vidas, uno de los obstáculos más difíciles de superar es precisamente la sospecha de los «buenos», la desconfianza, la duda sobre la rectitud de su conducta.

Señor, danos la humildad suficiente para no juzgar mal a nadie. Para no desconfiar de los que, habiendo sido antes pecadores, ahora quieren dejar de serlo. Que no pongamos zancadillas a los que quieren caminar hacia Dios, persuadidos de tu poder ilimitado para cambiar al hombre y de tu amor incansable por él.

2.- Como sarmientos vivos.- Dios conoce muy bien el barro de que estamos hechos, sabe la capacidad limitada de nuestra inteligencia. Por eso utiliza palabras sencillas, metáforas sacadas de la vida ordinaria, imágenes fáciles de entender para todos. En especial para nosotros, meridionales al fin y al cabo, sus referencias al mundo rural y agrícola nos resultan sumamente familiares.

Hoy nos habla de la vid, esa planta tan frecuente en nuestras tierras llanas, de fruto tan rico y cuyo mosto, convertido en vino, alegra el corazón del hombre, en frase de la Escritura. Jesús nos dice que él es la vid y nosotros los sarmientos. Partiendo de esta realidad mística, el Maestro nos expone una serie de enseñanzas para que las vivamos cada uno de nosotros.

En primer lugar afirma que su Padre es el labrador que poda a todo sarmiento para que dé más fruto. Es lo mismo que en otro pasaje nos dice la Biblia: «El Señor, a quien ama, le reprende, y castiga a todo aquel a quien tiene por hijo». De ahí se desprende que hemos de ver las contrariedades y sinsabores de la vida con espíritu de fe. Hay que comprender que son una ocasión para purificar nuestras almas, para templar nuestro espíritu lo mismo que se templa el hierro con el fuego.

«Como el sarmiento no puede dar fruto por sí -nos dice Jesús-, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí». La comparación y la enseñanza que se desprende no puede ser más clara. El que no vive unido al Señor es un hombre frustrado, incapaz de hacer nada que realmente sirva. La vida de ese hombre pasará como un soplo, como nube que cruza el espacio sin dejar la menor huella. En cambio, el que vive unido a Dios, por medio de la gracia santificante, convierte en algo meritorio y valioso cualquier acción que realice, por nimia que sea. A los ojos del Señor, juez al fin y al cabo de nuestros actos, la vida humana se eleva a divina.

Pero hay más. No se trata sólo de llenar una vida vacía. Se trata también de librarse del fuego que arderá eternamente con los sarmientos secos, con los que, por baldíos, serán arrojados lejos de Dios. Las palabras de Jesús nos ponen en sobre aviso, una vez más, para que no nos llamemos a engaño y tratemos de ser sarmientos vivos y no ramas muertas.

Estamos en la Pascua, período de gozo y de esperanza, época en la que la naturaleza se reviste del esplendor de sus verdes vivos y la policromía de mil flores. Tiempo por otra parte de honrar a María en este mes de mayo. Vamos, con su ayuda, a llenar nuestra existencia de buenos deseos y de mejores obras, vamos a ser sarmientos muy unidos a la cepa que es Cristo, para dar frutos de vida eterna.

Antonio García-Moreno