Hch 10, 25-26. 34-35 (1ª lectura Domingo VI de Pascua)

1ª) ¡Soy un hombre como tú!

Cuando iba a entrar Pedro, Cornelio salió a su encuentro y se echó a sus pies. Pero Pedro lo levantó diciendo: levántate que soy un hombre como tú. El gesto de Cornelio expresa a la vez su agradecimiento y su sumisión al mensaje que quiera transmitirle. Está convencido que el mensaje que Pedro le va a comunicar es de capital importancia para su vida y la de su familia. Pero el autor de Hechos nos recuerda también la actitud de Pedro: yo no soy más que un mandatario, un mensajero, un testigo del verdadero Salvador. Los dos somos iguales ante Él. En el Libro de los Hechos los protagonistas no son Pedro o Pablo o los demás apóstoles, sino Jesús que es proclamado y el Espíritu que dirige esta proclamación mediante los Apóstoles. Es necesario recuperar esta lección de Pedro en la Iglesia en la que todos somos hermanos. Ya lo había advertido el Maestro: Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt 20,24-28; Mt 18,1-4; 10,24).

2ª) ¡Dios no tiene acepción de personas!

Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Jesús, en la cruz, derribó todos los muros de separación entre gentiles y judíos. En la resurrección de Jesús la oferta de vida y resurrección se extiende a toda la humanidad. La escena de Cornelio es una ejemplificación visible del proyecto de Dios: ofrecer la salvación a todos los hombres. Pero esta adquisición no se hará firme en la Iglesia hasta algunos años después. Pablo será quien lleve este proyecto a realidad no pocas veces dolorosa. La apertura, la novedad con contenido serio provoca siempre dificultades desde dentro. En el c. 11 podemos leer cómo Lucas recoge las dificultades de la Iglesia de Jerusalén. Pero el Espíritu Santo dirigirá este proyecto sin marchas atrás. En una traducción concreta de esta actitud de Dios nos lleva muy lejos en las múltiples relaciones humanas en que nos encontramos cada día. La Iglesia actual es invitada a volver la mirada a aquellos hechos programáticos: es necesario que mantenga la apertura permanente y ofrecer siempre al mundo la novedad del evangelio.

3ª) El Espíritu Santo ¿también para los gentiles?

Cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras…Los creyentes circuncisos se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles. La actuación de Pedro queda sancionada por el descenso del Espíritu Santo prometido para los miembros del pueblo de Dios, pero era impensable para los paganos. No es extraño que los hermanos que proceden del judaísmo y acompañan a Pedro se asombren: ¡El Espíritu Santo sobre los impuros gentiles! Son comprensibles sus repugnancias (y las de la Iglesia de Jerusalén ante el relato de Pedro) por la tradición que pesa sobre ellos. Pero la acción del Espíritu Santo que es la señal inconfundible de la salvación universal les conduce poco a poco a comprenderlo. El camino será lento en adelante, pero seguro y siempre en avance: claramente es la voluntad de Dios que los gentiles participen de la promesa. En los primeros versículos de Hechos, Jesús resucitado ha revelado a los Apóstoles que han de ser sus testigos hasta los confines de la tierra. Ahora se comienza el camino largo, dificultoso pero seguro. Este hecho es consolador para la Iglesia, como nosotros, que procede de la gentilidad (gentiles son todos los que no son judíos).

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo