Homilía – Lunes V de Pascua

­Apedreados o Idolatrados

Es bien interesante en la primera lectura de hoy las respuestas extremas que recibe este par de predicadores audaces, Pablo y Bernabé. En Iconio los quieren apedrear como si fueran lo peor del universo; en Listra los quieren adorar como si estuvieran por encima del mundo entero y ya se les pudiera llamar “dioses”.

Aprendamos de este hecho cuán variables son las opiniones que encontraremos si queremos seguir el camino del Señor. No faltará el que nos mire como basura, aunque es también probable que aparezca alguno que nos trate como si fuéramos grandes santos y magníficos testimonios de Dios. ¡Qué poco se puede confiar en las opiniones de la gente, que hoy nos desprecia y mañana nos alaba; hoy nos echan en olvido y mañana piden nuestra opinión; hoy se burlan de nosotros y mañana nos piden que oremos por sus intenciones!

De otro lado, observemos cómo estos dos extremos, el de las piedras y el de la adoración idolátrica, son igualmente perversos, pues ambos se oponen a la verdadera difusión del Evangelio. Las “piedras” quieren frenarnos infundiéndonos miedo; la “adoración” quiere frenarnos infundiéndonos orgullo. Estos dos son enemigos del Evangelio, porque el miedo nos hace olvidar cuánto ha hecho Dios por nosotros, y el orgullo vano nos hace descuidar cuánto quiere darnos todavía. El miedo maltrata a la gratitud y a la confianza en Dios; la vanidad destruye la generosidad y nos lleva a confiar demasiado en nuestras fuerzas o en la virtud pasada.

La actitud de estos grandes del apostolado nos muestra cómo responder cuando nos pretendan amarrar los lazos del miedo o de la vanidad. Perseguidos, no buscan la muerte ni se exponen a riesgos innecesarios, pero tampoco dejan de predicar. Aclamados, no fomentan la ovación ni se solazan en el aplauso, sino que obran varonilmente y proclaman claramente su condición de seres humanos como los demás, aunque bendecidos por la gracia que trae salvación.

Cómo se manifiesta Cristo

Es muy importante la pregunta de Judas Tadeo en el evangelio de hoy: “Señor, ¿por qué te vas a manifestar sólo a nosotros, y no al mundo?”. Dios, ¡es una gran pregunta! En efecto, si en el Mesías está la salvación, ¿cómo es que Dios esconde esa salvación que él mismo nos envía? Si es salvación para los necesitados, los pecadores, los pobres, ¿no sería más que razonable que se mostrara al mundo entero?

Esta pregunta la hace Tadeo por aquello que ha dicho el Señor: “el que me ama será amado por mi Padre; también yo lo amaré y me manifestaré a él”. Podemos entender la pregunta de este apóstol si descubrimos que en la frase de Cristo hay algo que parece una “condición” pero que en realidad es más el lenguaje en que es posible decir la revelación. Así como no puede explicarse ni entenderse la Teoría de la Gravitación de Newton sin echar mano de las matemáticas, que es el lenguaje propio de esa teoría, así también pasa con la revelación que nos trae Cristo: ella tiene su propio lenguaje, que es lo que dice Cristo al principio de su frase: “el que me ama…”. Y en esa sola expresión, ¡cuánto hay! Sin amar a Cristo no hay lenguaje que nos permita percibir quién es él y qué viene en realidad a traernos.

Fr. Nelson Medina, O.P.