Homilía – San José Obrero

José, un trabajador

Existe la idea del trabajo como un castigo, debido a una interpretación pobre de Génesis 3, que habla del pecado original y sus consecuencias. El verdadero sentido de «ganarás el pan con el sudor de tu frente» (Génesis 3,17) es finalmente un camino de redención, y no una especie de desquite de Dios.

En su Encíclica Laborem Exercens el Papa Juan Pablo II elabora dos sentidos complementarios del trabajo: «objetivo» y «subjetivo.» El primero se refiere a la transformación que acontece en el mundo por virtud de la labor conjunta de aquellos que trabajan. Es el mundo de la técnica. El segundo sentido, es más profundo, pues alude a la manera como el acto de trabajar hace distinto al trabajador: obrando en el mundo está también obrando en sí mismo y en cierto sentido esculpiendo su propia figura, definiendo su propio ser.

Los pobres de Yahveh

Cuando pensamos en los obreros o la clase trabajadora, la idea de «masa» puede visitarnos fácilmente. Quizás porque los trabajos más humildes requieren uniformes que hacen desaparecer las particularidades de cada historia de cada obrero, cuando bajo un manto de uniformidad es su labor la que brilla y no su vida, su familia o sus creencias y convicciones.

La Biblia tiene una expresión favorita para referirse a esta clase de personas, las que parecen relegadas al último renglón y cuya historia no parece interesar a nadie. A menudo son ellos y ellas, los postergados, quienes tienen la más firme certeza de que hay un Señor que está por encima de todos los señores que ellos han conocido. Por eso la Biblia llama a estas personas los «Pobres de Yahveh,» los Anawim.

Deberíamos recordar a menudo que José y María eran de estos Anawim. Lo extraño y maravilloso no es que se hayan perdido muchos datos sobre sus vidas sino que se recuerde alguno. El hecho de que el Hijo Unigénito de Dios venga a la casa del obrero y se convierta en «hijo del artesano» muestra más que mil discursos cómo es gracia la gracia y cómo es regalo la salvación.

Con los pobres de la tierra

Cada Eucaristía tiene muchas dimensiones. Existe la dimensión personal y son importantes la devoción y el espíritu de adoración. Pero existe también la dimensión social y no debe olvidarse la responsabilidad histórica.

Celebrar la Eucaristía es partir un pan que por todos y para todos se comparte. La verdad del dolor de tantos desposeídos de nuestro tiempo no puede estar ausente del altar en que Cristo renueva su sacrificio por todos ellos.

Fr. Nelson Medina, O.P.