Meditación – Viernes VI de Pascua

Hoy es viernes VI de Pascua.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 16, 20-23a):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.

La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre.
También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada».

No temas, sigue hablando y no te calles, porque yo estoy contigo

Aquellos y aquellas que han vivido el encuentro con el Resucitado, reciben de Él la misión de ser testigos de su presencia viva en medio del mundo, anunciando con la palabra y con el estilo de vida, que Cristo es Señor. Todos los que intentamos seguir a Cristo, estamos llamados a realizar este anuncio; todos somos misioneros.

Anunciar el Evangelio en medio del mundo es una aventura preciosa, pero no exenta de dificultades. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos encontramos con todas las que tuvo que pasar Pablo, especialmente las que derivan del rechazo, oposición y la persecución de quienes habían sido sus hermanos en la fe, en el judaísmo, antes de su conversión al cristianismo, y que veían en Pablo una amenaza.

El lugar donde Pablo está predicando es Corinto, donde ha fundado no mucho tiempo atrás una pequeña comunidad que ha ido creciendo y organizándose,   pero que precisa ser sostenida, animada, acompañada en un entorno poco favorable a la acogida del cristianismo.

Frente a la tentación de huir del conflicto, del enfrentamiento y del peligro, Pablo experimenta esa valentía que surge de la certeza interior de que el Señor está con él, vive en Él. Esa valentía que encontramos en tantos creyentes que arriesgan su vida por el Evangelio y por aquellos que fueron los preferidos de Jesús, los más pequeños.

Que también cada uno de nosotros sintamos con fuerza, en medio de las tareas de la vida en las que el Señor nos ha colocado, su presencia resucitada y resucitadora, para no callar el Evangelio que nos ha sido anunciado y que nos da la Vida y que tanta gente, en nuestro mundo, necesita.

 

Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría

El contexto del pasaje del Evangelio de Juan que hoy escuchamos es la última cena; en ella coloca el evangelista el último discurso de Jesús en forma de diálogo con los discípulos que le acompañan; y, como es habitual en Juan, las palabras del maestro que les dirige no les resulta fácil de entender.

En el versículo 16 de este mismo capítulo, Jesús les había dicho, de manera enigmática para ellos, “Dentro de poco no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver”. Es esta afirmación, confusa para los discípulos, a la que el pasaje de hoy quiere dar respuesta.

Es la posibilidad de ausencia de Jesús, ese “dejar de verlo”, que hace referencia a su muerte próxima, la causa de la profunda tristeza entre los suyos; y es necesario revivir esta experiencia de dolor que supuso la cruz, para poder entender qué significa la promesa que Jesús les hace en este pasaje: “También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría”.

Porque la alegría a la que se refiere Jesús, tiene que ver con la “visión” del Señor. No ya de una manera física, sino interior, que surge del encuentro con el Resucitado y de una vida iluminada y guiada por su Espíritu que nos habita y habita nuestro mundo.

Es una alegría, como proclama uno de los himnos de la Pascua, “dada a luz en el dolor” como hoy expresa la imagen de los dolores de parto de la mujer, quien en el momento del nacimiento del hijo, es tal la alegría que siente, que olvida todas las penas del parto.

Junto con la alegría, se les promete a los discípulos un conocimiento pleno: ya no será necesario hacer preguntas. La presencia del Espíritu les guiará a la verdad plena.

Acojamos en este tiempo Pascual la promesa que Él nos hace; que nos permita vivir unidos a Él los acontecimientos de cada día, porque Él es la fuente de una alegría que nadie nos podrá quitar.

Hna. María Ferrández Palencia, OP