Lectio Divina – Solemnidad de Pentecostés

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11 (Cf la primera lectura del ciclo A, p. 451). Segunda lectura: Gálatas 5,16-25

Queridos hermanos: 16 Caminad según el Espíritu y no os dejéis arrastrar por los apetitos desordenados. » Porque esos apetitos actúan contra el Espíritu y el Espíritu contra ellos. Se trata de cosas contrarias entre sí, que os impedirán hacer lo que sería vuestro deseo. 18 Pero si os dejáis guiar por el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley.

19 En cuanto a las consecuencias de esos desordenados apetitos, son bien conocidas: fornicación, impureza, desenfreno, 20 idolatría, hechicería, enemistades, discordias, rivalidad, ira, egoísmo, disensiones, cismas, 2′ envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes. Los que hacen tales cosas -os lo repito ahora, como os lo dije antes- no heredarán el Reino de Dios.

22 En cambio, los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, 23 mansedumbre y dominio de sí mismo. No hay ley frente a esto. 24 Ahora bien, los que son de Cristo Jesús han crucificado sus apetitos desordenados junto con sus pasiones y apetencias. 25 Si vivimos gracias al Espíritu, procedamos también según el Espíritu.

~4 Pablo exhorta a los que ya han recibido la vida nueva en el Espíritu mediante el bautismo a caminar concretamente según el Espíritu (vv. 16.25). Este guía los pasos del hombre, es luz y fortaleza en el camino. Ahora bien, ¿por qué es necesaria una invitación tan afligida? Aunque el hombre «se sienta inclinado a amar», a este deseo que Dios ha puesto en su corazón se opone otra fuerza que Pablo llama bíblicamente «carne» y que en nuestro texto ha sido traducida por «apetitos desordenados». Este término expresa la fragilidad, debilidad e insuficiencia de la criatura, su innata inclinación al mal: el hombre tiende a satisfacer el egoísmo del que es esclavo (vv. 16s). El Espíritu nos libera de esta tiranía, aunque no sin nuestra colaboración personal (v. 18).

Pablo describe de manera clara e inequívoca a los gálatas diferentes comportamientos derivados de la opción de seguir el principio de la carne o dejarse guiar por el Espíritu. Llama «consecuencias» a lo que procede de la carne e impide el acceso al Reino de Dios (w 19-21), mientras que define como «frutos» el resultado del seguimiento del Espíritu (w. 22s). De este modo afirma, implícitamente, que la carne es estéril y conduce a la dispersión del hombre; el Espíritu, en cambio, a través de muchas virtudes, produce como único fruto la santidad, que madura en el hombre unificándolo interiormente. Quien en el bautismo se ha unido al misterio pascual de Cristo ha crucificado en él su propia carne, para vivir con él resucitado, animado y guiado siempre por su mismo Espíritu (v 24).

Evangelio: Juan 15,26-27; 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ‘5,26 Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio sobre mí. 27 Vosotros mismos seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio.

‘6,12 Tendría que deciros muchas más cosas, pero no podríais entenderlas ahora. 13 Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. El no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras. 14 El me glorificará, porque todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer lo recibirá de mí.

r4 En las palabras que dirige Jesús a sus discípulos con el fin de prepararlos para la separación, les plantea claramente la hostilidad y el odio del mundo, hasta la persecución (15,18-25), pero les promete el consuelo del Espíritu Santo. Jesús les enviará el «Paráclito», que está donde el Padre, en esa especie de «proceso» permanente del mundo contra los discípulos.

En primer lugar, el Espíritu confirmará a los discípulos en lo íntimo y así podrán conocer más profundamente a Jesús, a la luz de cuanto han vivido con él «desde el principio». Apoyados de este modo por el divino Paráclito, que alienta e infunde vigor, los apóstoles, a su vez, podrán dar testimonio de Cristo en el mundo (15,26s). El Espíritu les enseñará, además, aquellas «muchas más cosas» que Jesús no pudo comunicarles porque estaban aún demasiado inmaduros en la fe y en el conocimiento de los caminos de Dios: por eso el Paráclito «se hará guía para el camino» (así al pie de la letra) hacia la verdad completa que le es completamente transparente (16,12s).

Su tarea, por otra parte, se proyecta sobre el futuro: «Os anunciará las cosas venideras» (16,13b). Juan emplea aquí un verbo que, en el judaísmo apocalíptico, no indicaba tanto la previsión del futuro como la comprensión profunda de lo que va a suceder y de los acontecimientos escatológicos. El Paráclito les dará esta «comprensión de los tiempos» a la luz de Cristo, haciéndoles intuir el alcance temporal y eterno de la salvación que él ha llevado a cabo. En resumidas cuentas, actualizará en cada época la Palabra y la obra de Jesús, que son una sola cosa con la Palabra y con la voluntad del Padre (16,13b-15).

 

MEDITATIO

Con la solemnidad de Pentecostés llega a su fin -o sea, llega a su plenitud- el tiempo pascual. Con el don del Espíritu se derrama el amor de Dios sobre toda la creación y baja a lo más profundo del corazón de cada persona, comunicándole vida y belleza. El«viento impetuoso» y las «lenguas como de fuego» son imágenes muy elocuentes para expresar la fuerza irresistible, la universalidad y la profundidad de lo que sucede. Es un trastorno comparable a una segunda creación; estamos frente a una verdadera inundación de gracia que derriba toda barrera entre el cielo y la tierra e instaura una comunión total. Nuestra tarea ahora es no hacer vana la gracia que nos ha sido dada, sino hacer que dé frutos abundantes.

El misterio de pentecostés es misterio de santidad, esto es, de «entrega total» a Dios. ¿En qué sentido? La perícopa evangélica nos ofrece un marco iluminador y muy emblemático. Es la noche de pascua. Los Once se han encerrado en casa, desorientados y perdidos. ¿No nos pasa también a nosotros, a veces, que sepultamos nuestra fe entre las paredes de nuestra casa, probablemente con el pretexto de querer ser respetuosos con la libertad de los otros? Pero Jesús nos conoce, tiene la llave para abrir nuestros corazones. Silencioso e inesperado, fiel y misericordioso, viene y se da de nuevo a sí mismo: «La paz esté con vosotros. Recibid el Espíritu Santo». Y todo cambia.

Los discípulos, inundados de vida, sienten arder en su corazón el deseo de convertirse en misioneros del Evangelio. Nace así la Iglesia, morada del Espíritu, llamada a suscitar vida. Nace de la pequeñez, como la pequeña semilla de mostaza en un campo sin límites, pero parece no darse cuenta de esta evidente desproporción: sabe que su secreto es la fuerza del amor. Es el amor el que da energía y hace proceder con la audacia del que se atreve a todo porque cree.

 

ORATIO

Ven, Espíritu Santo, con tu brisa suave; despierta en el corazón de la Iglesia el amor del tiempo primaveral, el amor de la fresca juventud llena de impulso y entusiasmo, el amor capaz de hacer superar todos los obstáculos que presentan los miedos humanos, capaz de romper todas las barreras de la prudencia miope. Dale aquel amor a Dios y a los hombres capaz de desplegar las velas cada día y de navegar hacia alta mar para zarpar hacia todas las playas de la tierra reseca, hacia todos los lugares donde se espera la lluvia de la nueva estación.

Desciende, Santo Espíritu, sobre la Iglesia y, tocando con tu suave brisa las cuerdas de su corazón, haz desprender de ellas el canto de la libertad y de la alegría que dé voz a todos los pueblos de la tierra y los conduzca hacia un futuro de verdadera fraternidad y paz.

 

CONTEMPLATIO

Cuando el fuego divino, viniendo de lo alto, empieza a inflamar el corazón del hombre, inmediatamente disminuyen las pasiones y pierden su fuerza. El peso, gravoso como era, se hace más ligero y, en la medida en que crece el ardor, no es difícil que el corazón humano se sienta tan ligero que le salgan alas como de paloma.

Oh fuego beatificante que no consumes e iluminas; y, si consumes, destruyes las malas disposiciones para que no se consuma la vida. ¿Quién me concederá poder estar envuelto de este fuego? Un fuego que me purifique quitando de mi espíritu, con la luz de la verdadera sabiduría, la oscuridad de la ignorancia, la oscuridad de una conciencia errónea; que transforme en amor ardiente el frío de la pereza, del egoísmo y de la negligencia. Un fuego que no permita a mi corazón endurecerse, sino que con su calor lo haga siempre maleable, obediente y devoto; que me libere del pesado yugo de las preocupaciones y los deseos terrenos y que, en las alas de la santa contemplación que alimenta y aumenta la caridad, lleve hacia lo alto mi corazón (R. Belarmino, «De Ascensione mentis in Deum», en: Roberti Cardenalis Bellarmini Opera Omnia, VI, Nápoles 1862, p. 232).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo» (de la secuencia de la liturgia del día).