Homilía – Martes VII de Tiempo Ordinario

Un Modo Extraño de Dar una Buena Noticia

Varias veces hemos comentado sobre el lenguaje vigoroso, casi rudo, de la Carta de Santiago. El texto de hoy es un magnífico ejemplo de ello. Lo que de todas maneras es importante es que no nos quedemos en la corteza rugosa de esta Carta, sino que vayamos a su centro y núcleo, donde nos espera una buena noticia.

Y la buena y grande noticia es que el mal puede ser vencido. No es solamente un regaño, sino una voz de inmensa esperanza lo que nos da el apóstol cuando dice: «resistan al diablo y se alejará de ustedes.» Además, la denuncia fortísima de su voz de profeta no es en contra de nosotros sino a favor nuestro. Aquello de «quien decide ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios,» es una palabra que marca un camino, que indica una ruta de luz y de vida. Más allá de las trampas que se esconden en la seducción de las cosas de esta tierra, la predicación de los apóstoles quiere enamorarnos de aquello que no se ve pero que es más real y durable que todo lo que se ve.

Y está también la palabra sobre la humildad, con un rasgo propio: no es simplemente «abájense,» sino «abájense ante Dios.» Esto es clave: el cristiano no es un ser acomplejado ni derrotado, sino uno que sólo se doblega ante el Rey del Universo. 

Un Mesías incomprensible

El evangelio de hoy nos propone un tema distinto. La cruz es la prueba suprema de la misión y del ser mismo de Cristo. Si el Eclesiástico nos decía «prepárate para la prueba», Jesucristo parece haber leído y entendido esto en su alma generosa, pues de lo que habla con sus discípulos es de su propia cruz, y bien se ve que desea que ellos se instruyan en esa ciencia de la cruz.

Mas este lenguaje y este «modelo» de Mesías resulta incomprensible para aquellos hombres, afanados por otros asuntos, sobre todo es averiguar quién era el más importante. Sabemos que esta era una pregunta que les ocupaba mucho de su tiempo y de su corazón, pues no es esta la última vez que les encontraremos discutiendo sobre sus relaciones de importancia y poder.

Entonces Jesús, como adaptándose a su reducida atención, utiliza una estrategia pedagógica: acerca a un niño y lo pone en medio de todos. ¡Un niño! ¡Cuántas cosas dice esa imagen de este niño abrazado por Jesús! Ese es el abrazo con que Dios mismo abriga, anima y fortalece el nuevo comienzo que sólo podía venir por el sacrificio de la Pascua. Ese es el abrazo que envuelve toda la confianza, toda la ternura, toda la cercanía del Señor para quien quiera ser verdadero discípulo y no prematuro maestro.

Es buena idea sentirnos niños ante los milagros del amor de Cristo. Niños que se admiran con gozo sabiendo que el pan ya no es pan, sino Cuerpo de Cristo. Niños que saludan con alegría al viento de la gracia y aplauden con libertad el ritmo prodigioso del amor divino. Niños que saben mostrar la ropa que ensuciaron y entregarla sin los dramas falsos que vienen de un orgullo mal disimulado. Niños, en fin, que saben descansar en el abrazo de Cristo y escuchar en su corazón palpitante la canción de Dios.

Fr. Nelson Medina, OP