Homilía – Miércoles VII de Tiempo Ordinario

­En este pasaje, el Señor se manifiesta en contra del celo imprudente que ponen los apóstoles al tratar de impedir una acción buena hecha en nombre de Jesús, por que quien la hace no es «uno de los nuestros».

Muchas veces nos pasa a nosotros también que nuestras miradas resultan demasiado cortas y por eso confundimos los intereses de Cristo y de la Iglesia, con nuestras mezquindades. Confundimos el celo (esa actitud de esmero e interés con que servimos a Dios), con el «celo» hacia los demás, que se parece más al recelo. Somos celosos, no tanto de la gloria de Dios, sino de nosotros mismos.

A veces es la envidia, muy disimulada, disfrazada con el falso celo, lo que nos lleva a criticar o censurar las acciones de los demás.

Jesús corrige la actitud exclusivista e intolerante de los Apóstoles, que pretenden monopolizar en ellos el poder de curar que les había dado el Señor. San Pablo había aprendido esta enseñanza y por eso al final de su vida, cuando estaba preso en Roma exclamó: «Verdad es que hay algunos que predican a Cristo por espíritu de envidia y rivalidad, mientras que otros lo hacen con buena intención… Pero, ¿qué importa? Con tal que, de cualquier modo, Cristo sea anunciado, bien sea por algún pretexto o bien por un verdadero celo, me gozo y me gozaré siempre».

Cuando lo que importa es la propagación de la Palabra de Dios, la lucha por el bien y el combate contra el mal, poco importa el campo donde se realiza, las modalidades que se emplean o fijarnos quien es el que los realiza.

¡Qué enseñanza para nosotros!, que muchas veces recelamos de unos u otros porque, actúan de una forma diferente que como nosotros lo haríamos. Dejando de lado las envidias y la desconfianza, debemos alegrarnos siempre que vemos a alguien trabajar en buenos apostolados que dan frutos para el Señor.

El Señor, en otro pasaje del Evangelio (Mt 12,25) nos enseña que un reino donde hay luchas internas va a la ruina, y una ciudad o una familia dividida, no puede subsistir. Sin unidad, sin amor y comprensión por nuestro prójimo, se derrumban todas las tareas y apostolados, por más planes o esfuerzos que hagamos.

Vamos a pedir hoy a María que nos conceda un corazón como el de su hijo Jesús, inspirado sólo en el amor a Dios y en el deseo de la propagación de su Reino para el bien de nuestros hermanos. Que dejemos de lado todos los celos hacia los demás, que tantas divisiones producen en nuestras tareas apostólicas.