Meditación – Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

Hoy celebramos la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 14, 12a. 22-25):

El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, mientras comían, Jesús tomó pan, y pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo».
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».

Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones

Cuando el rey de Babilonia destruye Jerusalén, la Ciudad Santa por antonomasia de los judíos, la fe de todo un pueblo se tambalea. Es entonces cuando Dios envía al profeta Jeremías a anunciar una nueva Alianza, no como la de Moisés escrita en piedra, en cierta medida separada de la vida de cada día, sino otra, definitiva, grabada en el corazón de cada persona, en una sintonía nueva con Dios, un Dios que, por amor, se hace hombre y salva.

La profecía de Jeremías es tremendamente actual en el mundo que vivimos donde la maldad, la mentira y los egoísmos parecen campar a sus anchas ante la decepción, el abatimiento y desesperanzas de muchos, también de los cristianos. Parece que nada puede hacerse y que Dios se ha olvidado de nosotros. Pero no es verdad, porque el Señor, desde la Encarnación, forma parte de nuestra vida… y de nuestra muerte y no solo suscita profetas para una misión, sino que, por el Espíritu, a cada uno de los bautizados, nos invita a coger la cruz, la nuestra y la de tantos hermanos que sufren, para caminar con Él de nuevo a un Calvario trasfigurado de Esperanza.

Tomad, esto es mi cuerpo

La narración de la Última Cena por parte de San Marcos, el evangelio más antiguo, nos explica con concreción precisa el paso de la Antigua a la Nueva Alianza. Jesús es el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Los antiguos sacrificios expiatorios ya no tienen sentido. La entrega de Cristo de su Cuerpo y su Sangre es la definitiva y eterna alianza entre Dios y todos y cada uno de nosotros, los hombres. En la eucaristía, cuando el sacerdote presbítero pronuncia las palabras de Cristo y eleva el pan y el cáliz, nosotros, también sacerdotes, estamos participando en vivo y en directo del gran milagro de Amor que Dios nos ha concedido y que concluye con la comunión y el envío.

Todos los cristianos lo somos en verdad no solo por estar inscritos en un libro de registro o por asistir a la eucaristía, sino ante todo porque participamos en el Sacrificio Redentor de Cristo con la eucaristía y con nuestra vida de entrega generosa para la construcción del Reino. Porque comulgar con Cristo es ser otro Cristo entre los hombres y, por tanto, estar dispuestos a ser en Él y por Él sacerdotes, profetas y reyes en un mundo que, en la realidad, todavía no lo conoce y camina a la deriva, porque nosotros preferimos, como los antiguos judíos, llorar y lamentarnos por un mundo que no tiene remedio.

“«Si me mandáis, Señor, hacer lo que vos hicisteis, dadme vuestro corazón». Este ha de ser vuestro ahínco: «Señor, dadme vuestro corazón». Estas vuestras oraciones, éstas vuestras disciplinas, éstos vuestros ayunos, éste vuestro decir de misas. ¿Hay más que esto? Quien da su corazón, ¿qué no dará? Esto es comulgar. Así como el pan deja de ser pan y se transubstancia en el cuerpo de Cristo, así el hombre deja de ser quien era y entra en el corazón de Cristo.”          

San Juan de Ávila. Sermón 57

Carlos José Romero Mensaque, O.P.