El texto en su contexto.
La lectura con la que inauguramos el año está tomada de un libro poco conocido, el de los Números, que toma su nombre griego (Arithmoi = Números) de los censos del pueblo que realiza Moisés en su camino hacia la tierra prometida. En el contexto más amplio de la teofanía del Sinaí, «marco teológico» de las relaciones de Dios con Israel, el Señor se revela como «favor», «gracia» y «paz para su pueblo». En su origen se trataría de una fórmula litúrgica estructurada sobre la triple invocación del nombre del Señor; triple invocación en su origen, si bien en el texto sólo se nombra dos veces al «Señor».
El texto en la historia de la salvación.
Tres elementos a tener en cuenta: la bendición, el favor y la paz que conceden Dios. La bendición de Dios se manifiesta en la contemplación del rostro divino; este deseo recorre toda la teología bíblica; es el deseo de entrar en intimidad con él, de hacer experiencia de su salvación. El segundo elemento es el favor (la gracia) de Dios que el sacerdote implora que descienda sobre el orante, dando así primacía a que la verdadera experiencia religiosa parte siempre de una iniciativa divina. El tercer elemento es la paz, (shalom), don que abarca toda la vida, y que va de la mano de la prosperidad.
Palabra de Dios para nosotros: sentido y celebración litúrgica.
Conocida como la «bendición de Aarón», estas palabras atraviesan la experiencia del pueblo de Israel y se abre camino en la vivencia cristiana enmarcando cada año nuevo. «Gracia y paz» dice san Pablo al comienzo de sus cartas. «Favor y paz», todas las bendiciones, todos los deseos de una vida conforme a la voluntad de Dios, son la súplica de Aarón y sus descendientes sobre el pueblo. La Iglesia quiere abrir el año con este pórtico de bendición que nos regala el Antiguo Testamento. Late un mismo deseo: la bendición de Dios a cada una de las criaturas que él ha creado y que sigue sosteniendo en su amor. Una bendición que se hace palpable en la contemplación del «rostro» divino. Para los cristianos el rostro de Dios no es informe, abstracto u oculto, sino que se nos ha revelado en la persona de Jesús, su Hijo amado. Así lo contemplamos en el misterio de la Navidad.
Pedro Fraile Yécora