Domingo, Día del Señor

La Palestina del tiempo de Jesús era un país en el que la ganadería y la agricultura eran dos realidades importantes. Se comprende la frecuencia con que el NT utiliza la imagen del pastor de ganado menor para explicar cómo deben comportarse los sacerdotes y los dirigentes religiosos en general (Mt 18, 12; 25, 32; Hech 20, 28-29; 1 Pe 5, 2-4; Mc 14, 27; Heb 13, 20). Sobre todo, para entender el alcance del capítulo 10 de Juan, hay que tener presente que Jesús dirige esta dura diatriba, no solo contra los «pastores de Israel» (los líderes religiosos), sino más en concreto contra los fariseos con quienes se ha enfrentado al curar al ciego de nacimiento (Jn 9, 19-41).

El oficio de pastor no era tarea de pobres, sino más bien uno de los «oficios despreciados» en Israel. La mayoría de ellos eran tramposos y ladrones. Por eso estaba prohibido comprarles lana, leche o cabritos. En estas condiciones, Jesús hace la gran denuncia pública contra los «pastores religiosos» de aquel pueblo, a los que acusa de «extraños», (Jn 10, 5), de «ladrones» y «salteadores» (Jn 10, 8). Dado que esta acusación se refiere a los fariseos, resulta notable que Jesús califique con tanta dureza la conducta moral de los pastores más observantes de los rituales religiosos. ¿Por qué esta denuncia? Porque los ritos son acciones que, debido al rigor en la observancia de las normas, se constituyen en un fin en sí. De ahí que lo primario en el comportamiento del ritual religioso es el rito mismo, y no la conducta moral.

Esto es lo que explica lo más profundo que Jesús denuncia en su acusación contra los pastores a los que, en verdad, no les importa el rebaño, y al que no conocen, ni son conocidos por sus ovejas. Pero sobre todo son ladrones y salteadores. La preocupación central de estos hombres es cumplir las normas, observar los ritos, ser vistos como hombres ejemplares. El problema es que hacen compatible esa preocupación central con «vidas ocultas» y «sentimientos inconfesables» que son propios de auténticos bandidos. Jesús viene a decir, con esta acusación, que quienes más daño hacen a la Iglesia son los «pastores» de la Iglesia. A los que ya San Pablo enumera entre los responsables de la comunidad cristiana (Ef 4, 11).

José María Castillo