En un programa radiofónico hablaban del escritor Julio Verne y, entre otras cosas, comentaban de él que fue un visionario que se adelantó a su tiempo porque muchos de los inventos que imagino´ y que en su época resultaban inverosímiles, más tarde existieron realmente, como el submarino, los cohetes a la Luna, las máquinas voladoras, el teléfono y las videoconferencias… Una cosa es ser un “visionario” en el sentido negativo, como alguien que ve visiones y cree con facilidad cosas irreales, y otra cosa es ser un “visionario” en sentido positivo, como alguien que tiene visión de futuro, y es capaz de anticipar lo que ahora no se da o no existe, pero es razonable esperar que se produzca.
La visión de futuro es algo que debe formar parte de la vida para ser verdaderamente humana, porque le da un sentido, tanto en lo más cotidiano como en las grandes encrucijadas. Es necesaria para llegar a plasmar cualquier proyecto, para planificar un fin de semana o unas vacaciones, para decidir en qué nos gustaría trabajar, para tomar una decisión respecto a nuestra vocación y estado… La visión de futuro nos permite orientar nuestras acciones y todas las dimensiones de nuestra vida en una dirección, lo que nos permite avanzar hacia la meta deseada.
Cuando la persona no tiene visión de futuro, su vida transcurre dando bandazos, sin un objetivo o meta definido; una vida que acaba consistiendo en un mero transcurrir de los días sin que se experimente un verdadero avance y crecimiento personal. Una vida sin esperanza.
También para nosotros, la Transfiguración del Señor es un punto de referencia que debe orientarnos, no sólo durante el tiempo de Cuaresma, sino a lo largo de toda nuestra vida. Porque también el Señor nos ofrece experiencias de fe, la mayoría de las veces muy discretas y modestas pero totalmente reales, que nos hacen descubrir la presencia de Dios en nuestra vida y que nos dan una visión de futuro, nos recuerdan cuál es la meta a la que estamos llamados, y nos dan fuerza y esperanza para seguir adelante, día a día, en la dirección que el Señor nos va marcando.
¿Tengo visión de futuro? ¿En alguna ocasión, por ser cristiano, me han tachado de “visionario” en el sentido negativo? ¿He tenido alguna experiencia de transfiguración, durante la cual he sentido cercana la presencia del Señor? ¿Oriento toda mi vida hacia la meta de gloria que Él nos muestra?
En la vida es necesario tener visión de futuro. Nuestros días están llenos de actividades, de asuntos urgentes que debemos atender… de modo que ocupan todo nuestro tiempo y a menudo nos hacen olvidar la meta final hacia la que el Señor nos llama: olvidamos el sentido profundo de nuestra vida.
Por eso, para ir avanzando poco a poco hacia esa meta, un buen instrumento es el Proyecto Personal de Vida Cristiana, que nos hace salir de la mediocridad, de las rutinas que nos embotan y del círculo vicioso del activismo, orientándonos hacia la plenitud con el Señor. El Proyecto Personal de Vida Cristiana nos ayuda a unificar la fe-vida-celebración, evitando la dispersión en la que a veces caemos o a la que nos arrastran las circunstancias familiares, laborales, culturales…
El Proyecto Personal de Vida Cristiana nos va convirtiendo en verdaderos discípulos misioneros. Nosotros, a diferencia de Pedro, Santiago y Juan tras la Transfiguración, ya sabemos que Cristo ha resucitado y por eso, en medio de tantos sufrimientos, tanta desesperanza y sinsentido que nos rodean, debemos compartir la visión de futuro que Cristo nos ha mostrado con su Transfiguración, para que otros también puedan orientar su vida hacia esa misma meta de gloria.