Comentario – Domingo XXVI de Tiempo Ordinario

La intención de Jesús al pedir opinión a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo sobre la respuesta de aquellos hijos al mandato del padre es manifiesta. Vosotros -les viene a decir- sois como el hijo que le dice a su padre: Voy, Señor, pero luego no va. En cambio, hay quienes dijeron: No quiero, pero después se arrepintieron y fueron. Esos son los publicanos y las prostitutas, que os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios; y no por ser publicanos y prostitutas, que eso no da ventaja en el camino del Reino, sino por haber creído en el que venía de parte de Dios enseñando el camino de la justicia; éste no era otro que Juan el Bautista.

Lo decisivo en este camino que conduce al Reino es, por tanto, creer en esa justicia (= santidad) que muestra la voluntad de Dios y aplicarse a su cumplimiento. Si antes dijimos que no, plantando cara a esa voluntad y mandato, no importa si somos capaces de rectificar, arrepentirnos y disponernos a hacer lo que Dios quiere. Y para esto no bastan las palabras. Es preciso ir ponerse a trabajar en el trabajo que Dios quiere, pues hace lo que el padre quiere el hijo que va finalmente a trabajar a la viña.

Asumir un trabajo implica incorporarse a un lugar, entrar en relación con unas personas, adquirir unas competencias, contraer unos compromisos, enfrentar las dificultades, hacer uso de las fuerzas disponibles. Para llevar a cabo este encargo no debemos esperar a otro momento o situación más propicios. Aprovechemos el momento (el kairós) para decir sin dilación: Voy, Señor, y vayamos. Si hemos dicho: No quiero, siempre hay posibilidades de rectificar. Si decimos: Quiero, pero me faltan fuerzas, el Señor nos dirá: Me tienes a mí; tienes mis fuerzas; eres perfectamente idóneo para la tarea que te encomiendo. Pero si decimos: Voy, y luego no vamos, estamos defraudando al Señor, no hacemos lo que Él quiere, nos estamos engañando a nosotros mismos y otros nos llevarán la delantera en el camino del Reino de Dios.

En esta viña que es la Iglesia de Cristo hay muchas tareas para las que nuestros sacerdotes nos pueden pedir colaboración. De ordinario este es el cauce por el que Dios nos pide trabajar en su viña. No rehuyamos el compromiso escudándonos en nuestra corta o larga edad, en nuestra falta de preparación, en nuestra escasez de tiempo y de medios, en nuestros complejos o impedimentos emocionales, etc. El amor generoso y gratuito no repara en estos obstáculos. Tampoco nos limitemos a evocar los tiempos gloriosos de nuestra antigua militancia en la acción católica como tiempos ya pasados que sólo pueden aportarnos una estela de nostalgia; es preciso seguir militando en la acción apostólica o misionera con los recursos y los medios de que dispongamos en la actualidad. No hay edad o enfermedad que nos incapacite del todo para este trabajo.

Confiemos en la capacidad de conversión del corazón humano o en la fuerza persuasiva de la gracia de Dios, capaz de transformar los corazones más gélidos o endurecidos. Y cuando os dispongáis a prestar vuestra colaboración, dejad a un lado envidias, ostentaciones y temores. Todos estamos en el mismo barco, todos pertenecemos a la misma familia; la labor convergente de todos redundará en beneficio de la Iglesia entera y en la edificación del Cuerpo de Cristo. Por tanto, colaboración, pero colaboración humilde y desinteresada, buscando el interés de los demás y no el propio, persiguiendo el bien de la Iglesia que es nuestra propia salvación. Si tenemos los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús, todo esto será posible. De momento hemos dicho: Voy, Señor, y hemos venido a su convocación y a su mesa; es preciso que sigamos diciendo: voy, Señor, y vayamos a esos lugares y personas a los que Él nos manda ir. Estemos a su escucha.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística