(Lc 2, 36-40)
Luego de la presentación de Jesús en el templo, el evangelio nos dice que “el niño crecía y se fortalecía, llenándose de saber”. Es un texto que nos confirma que el Hijo de Dios se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado (Heb 2, 17; 4, 15).
Porque si bien él tenía un conocimiento y una fortaleza especiales, no dejaba de ser un ser humano como nosotros, y también experimentaba lo que es ir descubriendo cosas nuevas, aprendiendo, creciendo, llenándose de sabiduría. Él, siendo infinito y perfecto, quiso también experimentar lo que es hacer un camino como el que vamos haciendo nosotros en la historia de nuestra vida.
Él asumió una vida humana, pero como toda vida humana en esta tierra, no nació plenamente acabado, sino que también tuvo que “hacerse” con el paso del tiempo. Si no fuera así, tendríamos que decir que Jesús es el Hijo de Dios que se hizo hombre, pero hombre celestial, y no un hombre terreno como nosotros. pero la Palabra de Dios nos dice que “aunque era Hijo de Dios, aprendió por sus propios sufrimientos qué significa obedecer; de este modo, él alcanzó la perfección” (Heb 5, 8-9).
Si bien su sabiduría superaba a la de cualquier otro ser humano, sin embargo podemos decir que cuando era un niño tenía la sabiduría que puede alcanzar un niño, sin llegar a tener, antes de tiempo, una psicología de adulto; cuando fue adolescente tuvo la plenitud de sabiduría que puede tener un adolescente, pero sin dejar de serlo. Hizo un camino, porque fue un hombre de esta tierra.
Oración:
“Señor Jesús, tú asumiste el desafío de tener que crecer, no te clausuraste en una perfección acabada. Dame la gracia de reconocer y aceptar que mi vida no está acabada, que no tengo toda la verdad, que necesito crecer en fortaleza y en gracia. No permitas que me encierre en lo que ya he alcanzado o que niegue el dinamismo de la vida”.
VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día