(Mc 4, 21-25)
Todo el capítulo 4 de Marcos sigue hablando de la semilla de la Palabra, pero ahora esa Palabra que los discípulos han recibido se presenta como una luz que no puede ser guardada en la intimidad del corazón sino que debe ser compartida, comunicada, ya que de otra manera pierde su sentido de luz; ninguna lámpara se enciende para ser guardada sino para irradiar, para comunicar su luz. Por eso se invita al discípulo a no medir su entrega a esa Palabra.
La Palabra merece ser amada, vivida y compartida sin cálculos, para que de la misma manera, sin medida, Dios llene la vida de su luz y de su poder. De otro modo sucederá lo mismo que pasa con una semilla que se guarda: termina perdiendo la vida, termina podrida o estéril.
Así se nos indica una ley de la vida espiritual: para crecer en lo que se posee, e incluso para no perderlo, es necesario comunicarlo. Lo que no se comunica deja de ser auténtico y se muere, aunque aparentemente siga estando presente. Por eso podemos hablar de una fe viva y e una fe muerta. La fe vida es la que “se hace activa por el amor” (Gál 5, 6). Del mismo modo, la única luz que tiene sentido y sirve para algo es la que ilumina, la que se comunica a los demás. Dando y comunicando no nos gastamos, no nos agotamos, no nos debilitamos, no nos empobrecemos, sino que nos enriquecemos y nos fortalecemos todavía más, porque Dios siempre nos gana en generosidad: “Den y se les dará, una medida buena… desbordante” (Lc 6, 38).
Oración:
“Señor, dame la alegría de compartir la vida que me das, de llevar a otros esa Palabra que ha iluminado mi existencia. No permitas que muera dentro de mí esa luz preciosa que encendiste en mi interior”.
VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día