1. – Jesús, mediante la parábola del juez malvado, pone de manifiesto la necesidad de orar y de hacerlo continuamente. El diálogo con Dios que supone la oración debe ser una actividad prioritaria del cristiano. Deberá, asimismo, atender a los hermanos y procurar construir el Reino, pero es obvio que nada de esto puede hacerse sin oración y pobre de aquel, que fascinado por el trabajo junto a sus semejantes, olvide la oración. El viejo refrán castellano dice que es «antes la obligación que la devoción». Existen situaciones –y gentes– que al refugiarse en una falsa y absorbente espiritualidad olvidan lo básico: que es orar sincera y continuamente a Dios para conseguir ayudar a los hermanos.
2. – La Iglesia ha procurado siempre que se mantenga el principio de orar continuadamente. Uno de los puntos cumbres de su actividad oracional es, sin duda, la misa. Ahí está condensada toda su creencia y todo su ser, con el renovado sacrificio de Jesús. Pero otro «monumento» muy notable es la Liturgia de las Horas, por la cual cada cristiano- -en comunidad o solo– reza, al menos, tres veces al día con un «sistema» o formulario que condensa el uso de la palabra de Dios como oración cotidiana.
3. – El matiz que Jesús ofrece en la parábola del juez es importante. Hay que orar y no desanimarse para que Dios haga justicia con sus elegidos. Y es que la mayoría de los desvelos que el católico tiene respecto al crecimiento del Reino y de la Palabra solo se traducirán en realidad con el uso continuado de la oración. El soberbio pedirá una sola vez y al no cumplirse su petición, la abandonará, molesto. La humildad necesaria para acercarse a Dios plantea que limpiemos antes nuestra soberbia y eso se consigue con el desvalimiento, con no considerarse ni importante y mucho menos agente de la consecución de lo que pedimos. Otro refrán –espléndido– habla de que «Dios escribe derecho con renglones torcidos». Y es que a veces no sabemos apreciar que Dios ya ha respondido a nuestra petición .Tenemos, pues, que orar continuamente y dar a nuestra conciencia una cierta objetividad para descubrir los bienes que Dios nos envía.
4. – La escena de la batalla de Moisés y Josué contra Amalec tiene resonancias cinematográficas. La imagen de Moisés en actitud de orar con los brazos extendidos hacia el cielo y la misma batalla que se desarrolla en un valle es un auténtico relato de cine. Pero, sin embargo, su simbolismo está claro: no podemos abandonar nuestra sintonía con Dios, no podemos colgarle el teléfono, tenemos que estar siempre «on line» con Él para «nos ayude en nuestros proyectos”.
La lectura del libro del Éxodo como argumento oracional es también muy interesante. El continuo contacto de Dios con Moisés y el de este con el pueblo peregrino es asimismo un buen ejemplo para nuestra oración. Va a ser San Pablo quien centre el origen divino de las Escrituras y la inspiración del Espíritu en su transmisión. Eso es también un fruto de la oración, porque, ¿no es verdad que, incluso, a nosotros mismos cristianos de a pie, muchas veces la oración nos ha traído inspiraciones de gran importancia? Pero hay que destacar en el mensaje de Pablo la presentación de la Escritura como una forma esencial de nuestra relación con Dios y dicha relación no es otra cosa que el acto de orar.
Entre las oraciones que el sacerdote dice en voz baja durante la celebración de la misa hay una especialmente interesante: «Y no permitas, Señor, que nunca me separe de Ti». Dicha separación –terrible– sería la que terminaría con nuestros deseos de orar, porque a la postre lo que más nos gusta hacer es hablar con nuestro mejor Amigo, incluso a veces hasta charlar distendidamente con Él y contarle chascarrillos. En fin, y esta frase nos vale a todos: «no permitas señor que nunca me separe de Ti».
Ángel Gómez Escorial