Jesús enseña de diversas maneras la eficacia de la oración. La oración es una elevación de la mente a Dios para adorarle, darle gracias y pedirle lo que necesitamos. Jesús insiste en la oración de petición, que es el primer movimiento de quien reconoce a Dios como su Creador y su Padre. Como criatura de Dios y como hijo suyo, el hombre necesita pedirle humildemente todas las cosas.
Al hablar de la eficacia de la oración, Jesús no hace restricciones: «Todo el que pide, recibe», porque Dios es nuestro Padre.
San Jerónimo nos dice: «Está escrito: a todo el que pide, se le da; luego, si a ti no se te da, no se te da porque no pides; luego, pide y recibirás». Sin embargo, a pesar de ser la oración de suyo, algo infalible, a veces no obtenemos lo que querríamos. San Agustín dice que nuestra oración no es escuchada porque pedimos mal, sin fe, sin perseverancia, sin humildad, y porque pedimos cosas malas, es decir, lo que no nos conviene, lo que puede hacernos daño.
En definitiva, la oración no es eficaz cuando no es verdadera oración.
La primera condición de toda petición eficaz es conformar primero nuestra voluntad a la Voluntad de Dios, que en ocasiones quiere o permite cosas y acontecimientos que nosotros no queremos ni entendemos, pero que terminarían siendo de grandísimo provecho para nosotros y para los demás. Cada vez que hacemos este acto de identificación de nuestro querer con el querer de Dios, hemos dado un paso muy importante en la virtud de la humildad.
Por tanto, hay que hacer oración, porque no hay negocio en la tierra que pueda dar más seguridades de tener éxito.
Jesús dice también en el Evangelio: Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos: ahí está toda la Ley y los Profetas.
Esta sentencia de Jesús, llamada «regla de oro» ofrece un criterio práctico para reconocer el alcance de nuestras obligaciones y de nuestra caridad hacia con los demás. Pero una consideración superficial correría el riesgo de convertirlo en un móvil egoísta de nuestro comportamiento: no se trata, evidentemente, de dar porque me das, sino de hacer el bien a los demás sin poner condiciones, como en buena lógica no las ponemos en el amor a nosotros mismos. Esta regla práctica quedará completada con el mandamiento nuevo de Jesucristo, donde enseña a amar a los demás como El mismo nos ha amado.
Vamos hoy a proponernos acudir al Señor en todas nuestras necesidades, confiados en sus palabras: Pidan y se les dará; busquen y hallarán. Y vamos a contar siempre con un camino que el mismo Jesús nos ha dado para que nuestras peticiones lleguen pronto al Señor. Este camino es la mediación de María, Madre de Dios y Madre nuestra. A ella vamos a pedirle que interceda siempre por nuestras necesidades.