Dt 4, 32-34. 39-40 (1ª lectura Santísima Trinidad)

1ª) ¡Israel tiene profundas raíces!

Habló Moisés al pueblo y dijo: Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra. La fe en un solo y único Dios volcado en la salvación de los hombres es una conquista armónica y lentamente entretejida de revelación del Espíritu y maduración histórica. Los Profetas alertaban y denunciaban el peligro de la idolatría. Aceptar y reconocer un solo Dios llevaba consigo el compromiso de realizar y vivir su alianza (las diez cláusulas de la alianza = los diez mandamientos). El contacto con los pueblos vecinos ponía a prueba diariamente la pureza de la fe monoteísta (Dios no puede ser representado en imágenes visibles). Su Dios le liberó de Egipto, pactó con él una alianza. En el culto al único Dios Israel podía y debía encontrar la fuente de la auténtica libertad y sentido de su vida. Una advertencia para nuestro caminar: la Iglesia, heredera de Israel en la fe monoteísta, debe seguir caminando en la fe en un sólo Dios que puede verse amenazada no por la idolatría, sino por otros elementos que cuestionan esa fe en un Dios Salvador que Jesús nos ha revelado como Padre.

2ª) ¡Israel es un pueblo privilegiado!

¿Hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego y haya sobrevivido? ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación… como Dios hizo con vosotros en Egipto? El Dios de Israel, trascendente, entra en la historia para vivir en comunión cercana con su pueblo. Esta es una de las convicciones más preciadas de la verdadera religión de Israel. La iniciativa la toma Dios mismo. Aunque es trascendente, el Dios verdadero no es un ser lejano. La religión de Israel es una religión histórica porque Dios se hace presente y lo dirige en la historia. La historia de la salvación intenta una y otra vez acoger esta revelación absolutamente gratuita como un don y una garantía de presencia. Dios está ahí, no alejado del hombre, sino al lado de su mejor criatura que es su imagen y semejanza. Y Dios quiso hacerlo con el pueblo más pequeño y más pobre en recursos culturales y poder humano. Lo ha elegido como signo de salvación para todo el mundo. Un Dios que se interesa por nosotros. ¡Así es nuestro Dios! Más tarde, en la plenitud de los tiempos, se realizará la cercanía jamás soñada: que ese Dios se haría hombre verdadero y vivirá entre los pobres de modo preferente, aunque no exclusivo: porque es el Salvador universal y para todos.

3ª) ¡El Señor es el único Dios en cielo y tierra!

Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. La unicidad de Dios la descubre Israel como un don y como conquista laboriosa y dolorosa. Esta es la grandeza de la revelación del AT que culmina en el Nuevo. Aquella etapa pedagógica nos enseña el proceso de la revelación de la acción de Dios y de las dificultades por parte del hombre para llegar a esta convicción. Por el bien del hombre («por su salvación», dirá la Dei Verbum) Dios se manifiesta como el único punto de referencia para que el hombre adquiera su plena humanización, ya que fue creado a su imagen y semejanza y sólo en la adhesión y confesión del único Dios puede llegar a la comprensión del sentido de su auténtica existencia humana. Esta referencia al único Dios garantiza su realización como criatura libre. Este mensaje de la unicidad de Dios tiene consecuencias irrenunciables para la convivencia entre los hombres y las naciones. Babel, rechazo del único Dios por el hombre, tuvo como resultado el enfrentamiento, la división, la insolidaridad y la guerra que atenaza permanentemente a la humanidad. Volver la mirada al único Dios (historia de Abraham) supone reemprender el camino de la unidad y la solidaridad entre todos los hombres. La aceptación de un sólo Dios repercute en el comportamiento ético: Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos, después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo