Lectio Divina – Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio y diciendo: «Tomen, esto es mi cuerpo». Mc 14,22.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 14,22-25

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio y diciendo: «Tomen, esto es mi cuerpo». Y, tomando en sus manos una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

 

«¡El sacerdocio ministerial! Todos nosotros participamos en él, y hoy queremos elevar a Dios una acción de gracias común por este extraordinario don. Don para todos los tiempos y para los hombres de todas las razas y culturas. Don que se renueva en la Iglesia gracias a la inmutable misericordia divina y a la respuesta generosa y fiel de gran número de hombres frágiles. Don que no deja de maravillar a quien lo recibe…

Queridos presbíteros de todos los países y de todas las culturas, esta es una jornada dedicada completamente a nuestro sacerdocio, al sacerdocio ministerial… Hemos sido consagrados en la Iglesia para este ministerio específico. Estamos llamados a contribuir, de varios modos, donde la Providencia nos pone, en la formación de la comunidad del pueblo de Dios. El apóstol san Pablo nos ha recordado que nuestra tarea consiste en apacentar la grey de Dios que se nos ha confiado, no por la fuerza, sino voluntariamente, no tiranizando, sino dando un testimonio ejemplar (cf. 1 P 5, 2-3); un testimonio que puede llegar, si fuera necesario, al derramamiento de la sangre, como ha sucedido con muchos de nuestros hermanos durante el siglo pasado» (San Juan Pablo II).

Hoy celebramos a Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y eterno sacerdote, y lo hacemos con el texto denominado “Institución de la Eucaristía”, que se encuentra también en Mt 26,26-30, en Lc 22,14-20, cfr. Jn 6,51-59 y 1 Cor 11.23-25.

En la última cena, en un ambiente de traición donde se vendía la vida de un inocente, Jesús ratifica, con la institución de la eucaristía, el ofrecimiento de su vida por el rescate de la humanidad. Jesús ofrece el pan que simboliza su cuerpo: quien coma de él lo acepta en su vida. Luego ofrece la copa, que simboliza la nueva alianza, alianza del nuevo pueblo de Dios constituido por quienes lo siguen; la sangre derramada significa su muerte violenta, y beber del cáliz, implica asumir su sacrificio y comprometerse con su proyecto de vida.

Jesús toma los elementos de la antigua alianza y les otorga un vínculo íntimo e indisoluble con su persona: los contrayentes son ahora Dios y toda la humanidad. La humanidad entra en la nueva alianza gracias a la invitación de Jesús: «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos».

Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

«Mi cielo está escondido en la pequeña hostia en la que Jesús, mi Esposo, se oculta por amor. Y de este divino horno quiero sacar mi vida; mi Salvador está en él y me escucha noche y día. Oh dichosísimo instante cuando, en tu inmensa ternura, vienes a mí, Amado mío, ¡para transformarme en ti! Esta inefable embriaguez y esta unión de corazones ¡son el cielo para mí!» (Santa Teresa de Lisieux).

Hermanos: la Eucaristía es el corazón de la Iglesia y el Espíritu Santo es el gran protagonista de toda venida de Jesús entre nosotros. Por obra del Espíritu Santo, el Verbo se hizo carne en el seno virginal de María; y por obra suya se transforman el pan en el cuerpo y el vino en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

San Josemaría Escrivá nos dice: «Jesús, en la Eucaristía, es prenda segura en nuestras almas; de su poder, que sostiene el universo; de sus promesas de salvación, que ayudarán a que la familia humana, cuando llegue el fin de los tiempos, habite perpetuamente en la casa del cielo, en torno a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo: Trinidad Beatísima, Dios único. Es toda nuestra fe la que se pone en acto cuando creemos en Jesús, en su presencia real bajo los accidentes del pan y del vino».

Pidamos al Espíritu Santo la fe que nos permita comprender la infinita riqueza de la Santa Eucaristía y unirnos de manera indisoluble con Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

Oración

Oh, Dios, que para gloria tuya y salvación del género humano constituiste a tu Hijo único sumo y eterno sacerdote, concede, por la acción del Espíritu Santo, a quienes él eligió para ministros y dispensadores de sus misterios la gracia de ser fieles en el cumplimiento del ministerio recibido.

Amado Jesús, Sumo y eterno sacerdote, haz crecer en nosotros la fe en el amor y paternidad de Dios Padre, para que nada ni nadie nos aleje de su bondad y de los planes de salvación que Él tiene para nosotros.

Amado Jesús, autor de la Vida, tú que eres la Vida misma, otorga el beneficio de la vida eterna a todos los difuntos de todo tiempo y lugar. Muestra Señor tu amor y misericordia con ellos y para con la humanidad.

Madre Santísima, Madre del Amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de Santo Tomás de Aquino:

«El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres.

Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.

Pero, a fin de que guardásemos para siempre en nosotros la memoria de tan grande beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.

¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?

No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales. Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos. Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su Pasión.

Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando después de celebrar la Pascua con sus discípulos iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su Pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras, y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia».

Queridos hermanos, estamos llamados a una unión orante y plena con Dios en la Eucaristía y en nuestras vidas. Dejemos que el Espíritu Santo nos impulse a vivir creando relaciones fraternas, y podamos anunciar a Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y eterno sacerdote, con la esperanza de llegar a la meta final: la plenitud en Dios y la gloria eterna.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

Lectura espiritual – Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE

Teniendo, pues, aquel grande Pontífice que penetró los cielos, Jesús, el Hijo de Dios (Hebr 4, 1l.)

I. Cristo es sacerdote.

El oficio propio del sacerdote es ser mediador entre Dios y el pueblo, por cuanto entrega al pueblo las cosas divinas y por eso se le llama sacerdote, que quiere decir, en cierto modo, que da las cosas sagradas (sacra dans), según aquello de Malaquías: La ley buscarán de su boca (2, 7), esto es, del sacerdote. Además, en cuanto ofrece a Dios las plegarias del pueblo y satisface a Dios, en cierta manera, por sus pecados. Por eso dice San Pablo: Porque todo pontífice tomado de entre los hombres es puesto a favor de los hombres en aquellas cosas que tocan a Dios, para que ofrezca dones y sacrificios por los pecados (Hebr 5, 1).

Esto conviene principalmente a Cristo, porque por él han sido conferidos a los hombres los dones divinos, como dice el apóstol San Pedro: Por el cual (por Cristo) nos ha dado muy grandes y preciosas promesas; para que por ellas seáis hechos participantes de la naturaleza divina (2 Ped 1, 4.) También él mismo reconcilió con Dios al género humano según aquello: Porque en él quiso hacer morar toda plenitud; y reconciliar por él, asimismo, todas las cosas (Col 1, 19-20.) Luego compete muchísimo a Cristo ser sacerdote.

II. Es al mismo tiempo sacerdote y hostia.

Todo sacrificio visible es sacramento, esto es, signo sagrado de un sacrificio invisible. El sacrificio invisible es aquél por el cual el hombre ofrece a Dios su espíritu, cono dice David: Sacrificio para Dios es el espíritu atribulado (Sal 50, 19), por lo tanto todo lo que se presenta a Dios, para que el espíritu del hombre sea elevado a Dios, puede llamarse sacrificio. Y el hombre necesita del sacrificio por tres razones.

1º) Para la remisión del pecado, por el cual el hombre se aparta de Dios, y por eso dice el Apóstol que al sacerdote pertenece ofrecer dones y sacrificios por los pecados (Hebr 5, 1).

2º) Para que el hombre se conserve en estado de gracia, unido siempre a Dios, en quien consiste su paz y salvación; razón por la cual también se inmolaba en la antigua ley la víctima pacífica por la salvación de los que la ofrecían.

3º) Para que el espíritu del hombre se una perfectamente a Dios, lo cual ocurrirá principalmente en la gloria. Por eso en la ley antigua se ofrecía el holocausto, que era consumido enteramente en el fuego.

III. Todos estos bienes nos vinieron por la humanidad de Cristo.

1º) Nuestros pecados fueron destruidos; como dice San Pablo: Fue entregado por nuestros pecados (Rom 4, 25).

2º) Por él hemos recibido la gracia que nos salva, según aquello: Fue hecho autor de salud eterna para todos los que le obedecen (Hebr 5, 9).

3º) Por él hemos alcanzado la perfección de la gloria: Teniendo confianza de entrar en el santuario (esto es, en la gloria celestial) por la sangre de Cristo (Hebr 10, 19).

Por lo tanto, Cristo, en cuanto hombre, no sólo fue sacerdote, sino también hostia perfecta, siendo a la vez hostia por el pecado, hostia pacífica y holocausto.

(3ª, q. XXII, arts. 1 y 2.)

Meditaciones de Santo Tomás de Aquino. Fr. Z. MÉZARD OP

 

Homilía – Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

Los sacerdotes de la Antigua Alianza sacrificaban en el altar animales, pero no se sacrificaban ellos. Todos hemos de ser como él, sacerdotes y víctimas, porque nuestro sacerdocio es el suyo.

«Os he llamado amigos, porque os he manifestado todo lo que he oído a mi Padre. No me habéis elegido vosotros a mí, soy yo quien os he elegido y os he destinado a que os pongáis en camino y deis fruto, y un fruto que dure» (Jn 15,15).

Jesús entrega su amistad y pide la nuestra. Ha dejado de ser el Maestro para convertirse en amigo. Escuchad como dice: Vosotros sois mis amigos… No os llamo siervos, os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer…En aras de esa amistad, que es entrañable, que es verdadera y ardorosa, desea atajar a los que aún pudieran no hacerle caso. «No sois vosotros -les dice- los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido».

Es un compañero deseoso de salvar, de alegrar y de llenar de paz a sus amigos. «Os he hablado para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». El Maestro está con los brazos abiertos de la amistad tendidos hacia nosotros. Y con la alegría como promesa y como ofrenda. Nunca se ha visto un Dios igual. Camina ahora mismo y por cualquier calle. Por la acera de tu casa, seguro. Y está diciendo que es amigo tuyo, que te quiere igual que a su Padre y que desea llenarte de alegría. Lo va repitiendo al paso, según se acerca a tu puerta (ARL BREMEN).

Por lo mismo que Dios ama, creó el mundo: ¡Cuánta maravilla, cuánta belleza!:»¡Oh montes y espesuras, plantados por la mano del Amado!,¡oh, prado de verduras de flores esmaltado!, decid si por vosotros ha pasado» (San Juan de la Cruz) Creó los hombres. Los hombres desobedecieron y pecaron. (Gén 3,9). El pecado es un desequilibrio, un desorden, como un ojo monstruoso fuera de su órbita, como un hueso fuera de su sitio, buscando el placer, la satisfacción del egoísmo, de la soberbia. Como un sol que se sale del camino buscando su independencia. Frustraron el camino y la meta de la felicidad. De ahí nace la necesidad de la expiación, del sufrimiento, del dolor, por amor, para restablecer el equilibrio y el orden. Dios envía una Persona divina, su Hijo, a «aplastar la cabeza de la serpiente», haciéndose hombre para que ame como Dios, hasta la muerte de cruz, con el Corazón abierto. 

Ese Hombre Dios, el Siervo de Yahvé, que, «desfigurado no parecía hombre, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, considerado leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, como cordero llevado al matadero» Isaías 52,13, inicia la redención de los hombres, sus hermanos. Él es la Cabeza, a la cual quiere unir a todos los hombres, que convertidos en sacerdotes, darán gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu, e incorporados a la Cabeza, serán corredentores con El de toda la humanidad. 

El Padre, cuya voluntad ha venido a cumplir, lo ha constituido Pontífice de la Alianza Nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinando, en su designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio. Para eso, antes de morir, elige a unos hombres para que, en virtud del sacerdocio ministerial, bauticen, proclamen su palabra, perdonen los pecados y renueven su propio sacrificio, en beneficio y servicio de sus hermanos. 

«Él no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, ha elegido a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión. Ellos renuevan en su nombre el sacrificio de la redención, y preparan a sus hijos el banquete pascual, donde el pueblo santo se reúne en su amor, se alimenta con su palabra y se fortalece con sus sacramentos. Sus sacerdotes, al entregar su vida por él y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y así dan testimonio constante de fidelidad y amor» (Prefacio). 

Por eso, si los cristianos debemos tomar nuestra cruz, los sacerdotes, más, por más configurados con Cristo, con sus mismos poderes. Los sacerdotes de la Antigua Alianza sacrificaban en el altar animales, pero no se sacrificaban ellos. Los sacerdotes nos hemos de inmolar porque Cristo se inmoló a sí mismo. Hemos de ser como él, sacerdotes y víctimas, porque nuestro sacerdocio es el suyo. 

Una idea infantil del cristiano, que se acomoda al mundo, una mentalidad inmadura del sacerdote, lo hace un funcionario. De ahí surgen consecuencias de carrierismo, al estilo del mundo, excelencias, trajes de colores, que obnubilan el sentido sustancial del sacerdote-víctima, que conducen a la esterilidad, y contradicen la misión: «para que os pongáis en camino y deis fruto que dure». El fruto que dura es el de la conversión, la santidad, que permanecerá eternamente. Os he puesto en la corriente de la gracia, os planté para que vayáis voluntariamente y con las obras deis fruto. Y precisa cuál sea el fruto que deban dar: «Y vuestro fruto dure». 

Todo lo que trabajamos por este mundo apenas dura hasta la muerte, pues la muerte, interponiéndose, corta el fruto de nuestro trabajo. Pero lo que se hace por la vida eterna perdura aun después de la muerte, y entonces comienza a aparecer, cuando desaparece el fruto de las obras de la carne. Principia, pues, la retribución sobrenatural donde termina la natural. Por tanto, quien ya tiene conocimiento de lo eterno tenga en su alma por viles las ganancias temporales. 

Así pues, demos tales frutos que perduren, produzcamos frutos tales que cuando la muerte acabe con todo, ellos comiencen con la muerte, pues después que pasan por la muerte es cuando los amigos de Dios encuentran la herencia (San Gregorio Magno). 

Después de la «conversión» de Constantino, el clero eclesiástico hizo su entrada en este mundo, corrió serio peligro de perder su propia naturaleza, que no consiste en el poder, sino en el servicio. Además, entró en competencia con el poder secular al aparecer en la escena de la historia política. Este encuentro y confrontación con la jerarquía civil condujo no sólo a una ampliación político-social de las tareas apostólicas, sino que también oscureció el aspecto colegial del servicio de la Iglesia. 

Ha dicho el Cardenal Lustiger, arzobispo de París: «Ya sé que Napoleón identificó al obispo con los prefectos y con los generales, pero yo me había sensibilizado mucho contra la Iglesia como sistema de promoción y de poder, y determiné que nunca me metería en situaciones que favorecieran la promoción».

En el curso del siglo XI comienza la teología medieval a distinguir claramente, en la elaboración del tratado de sacramentos, entre el Orden y la dignidad, y puso de relieve la sacramentalidad del Orden de la Iglesia. A partir de entonces se designa esencialmente como Orden el sacramento que confiere el poder de celebrar la eucaristía.

Aunque el lenguaje de la Curia romana imprimió su sello a la tradición cristiana, la ordenación no fue considerada nunca como un simple acceso a una dignidad y como transmisión de unos poderes jurídicos y litúrgicos, pues siempre se confirió mediante un rito, porque la ordenación es un acto sacramental que transmite una gracia de santificación; los llamados son tomados del mundo y consagrados al servicio de Dios, son separados para atender a su misión especial. 

El obispo, el sacerdote, el diácono no tienen de suyo nada del sacerdote romano, que era un funcionario del culto público, poseía cierto rango y tenía que realizar determinados actos. El «sacerdocio» cristiano pertenece a otro orden; no es primariamente «religioso» ni cultual, sino carismático; es el ordo de los que han recibido el espíritu y, en virtud de su orden, están habilitados para continuar la obra de los apóstoles. 

Las jerarquías del ministerio aparecen en los escritos de los Padres de la Iglesia, no tanto como títulos que conceden ciertos derechos, sino más bien como tareas que ciertos hombres llamados a edificar el cuerpo de Cristo toman sobre sí, a veces incluso contra su propia voluntad. 

El Orden sacramental es una dimensión esencial para la Iglesia, y por eso fue incluido entre los sacramentos. Si se quiere comprender el sentido y la función de este «sacramento» particular en lugar de atribuir el sacerdocio cristiano y toda la jerarquía de la Iglesia a un único acto de institución, como hizo el Concilio de Trento, parece que está más en consonancia con la Sagrada Escritura y la realidad de las cosas partir de la Iglesia como «sacramento original». 

De esta forma no nos exponemos al peligro de separar el orden de la Iglesia histórica para colocarlo en cierto modo por encima de ella, pues es un sacramento esencial para la existencia de la Iglesia y en el que ésta se actualiza. 

El desdoblamiento del ordo en varios grados y la introducción de diversas ordenaciones están tan relacionados con la historia de la Iglesia como con la Escritura. Son producto de un desarrollo, y, en definitiva, la cuestión de si se ha de hablar de un único sacramento del orden o de si el episcopado y el presbiterado constituyen sacramentos diversos es más una cuestión terminológica y teológica que dogmática. 

Las funciones del obispo y las del sacerdote, las funciones del sacerdote y las del diácono, no están delimitadas entre sí de forma absoluta; las funciones respectivas son asignadas por el derecho, pero este derecho no es un todo inmutable. La validez de las ordenaciones depende de la actuación de la Iglesia tomada en su totalidad, y no del acto sacramental considerado aisladamente. La validez o no validez de una ordenación no es algo que se pueda determinar tomando como base el rito, con independencia del marco general de la misma.

La estructura del ministerio eclesial se puede considerar, igual que el canon de la Escritura y el número septenario de los sacramentos, como el resultado de un desarrollo. Desarrollo que se produjo todavía en tiempo de los apóstoles; por eso ha conservado en la tradición de la Iglesia el carácter de algo que existe por necesidad jurídica. En la Iglesia tendrá que haber siempre un «ministerio para velar», un «presbiterado» y una «diaconía».

Sin embargo, las expresiones concretas de esta estructura esencial pueden cambiar con el tiempo y de hecho han cambiado; más aún, tienen que cambiar por razón del carácter forzosamente limitado de las diversas expresiones históricas del ministerio y de la obligación que éste tiene de asemejarse constantemente a su modelo, Cristo. 

Lo mismo que Dios concedió el espíritu de profecía a los setenta ancianos que había llamado Moisés a participar con él en el gobierno del pueblo, así también comunica a los sacerdotes el Espíritu Santo para que se asocien al ministerio de los obispos. El presbítero colabora con el obispo en la totalidad de sus funciones de gobierno de la Iglesia. 

Las funciones del presbítero tienen una íntima conexión con el ofrecimiento de la eucaristía. Por eso la función del presbítero en la Iglesia ha de entenderse partiendo de la Cena y de las palabras de Cristo, que mandó a los apóstoles hacer «en memoria de él lo mismo que él había hecho» (1 Cor 11). Por eso defendió el Concilio de Trento este aspecto básico del ministerio sacerdotal. 

El Concilio Vaticano II añade: «Los presbíteros ejercitan su oficio sagrado sobre todo en el culto eucarístico o comunión, en donde, representando la persona de Cristo, el sacerdote es al mismo tiempo presidente de la celebración eucarística, él ofrece el sacrificio in nómine Ecclesiae o, en persona Ecclesiae y consagrante, sacrificador, y como tal ya no actúa meramente in persona Ecclesiae, sino in persona Christi y proclamando su misterio, unen las oraciones de los fieles al sacrificio de su Cabeza, Cristo, representando y aplicando en el sacrificio de la misa, hasta la venida del Señor (1 Cor 11,26), el único sacrificio del Nuevo Testamento, a saber: el de Cristo, que se ofrece a sí mismo al Padre como hostia inmaculada (Heb 9,11-28)». 

El sacerdote nos introduce en la memoria del Señor, no sólo en su pascua, sino en el misterio de toda su obra, desde su bautismo hasta su pascua en la cruz. Él exhorta a la asamblea de los creyentes a vivir en sintonía con el sacrificio de la cruz, que ésta vuelve a vivir en el presente en espera de su consumación definitiva. Por eso el ministerio del sacerdote no se puede limitar a la celebración de un rito; compromete toda la vida y se desarrolla de acuerdo con todo el orden sacramental. 

Pero no sería fiel a la tradición quien pretendiera defender que las funciones del sacerdote son de naturaleza estrictamente sacramental y cultural. También es función del sacerdote proclamar la palabra de Dios. La misma Cena, en la que el Señor llama a su sangre «sangre de la alianza», lo pone de manifiesto, pues no hay ningún rito de alianza sin una proclamación de la palabra de Dios a los hombres. El acontecimiento de la alianza es al mismo tiempo acción y palabra. 

Esta relación aparece todavía más clara cuando se parte de la base de que eucaristía (1 Cor 11,24) no significa tanto una «acción de gracias» en el sentido actual de esta expresión, cuanto una clara y gozosa proclamación de las «maravillas de Dios», de sus hechos salvíficos. Cuando Jesús declara: «Cada vez que coméis de ese pan y bebéis de esa copa proclamáis la muerte del Señor, hasta que él vuelva» (1 Cor 11,26), su acto de bendición ritual tiene también el sentido de una proclamación de la palabra de Dios. 

El ministerio de ofrecer la eucaristía ratifica y complementa simplemente una proclamación de la palabra, que va desde el kerigma inicial hasta la catequesis y la misma celebración litúrgica. Predicar, bautizar y celebrar la eucaristía son las funciones esenciales del sacerdote. 

Sin embargo, dentro del presbiterio dichas funciones pueden estar distribuidas distintamente, según que unos se dediquen más a tareas misioneras y otros a la acción pastoral dentro de la comunidad reunida (Mysterium Salutis). Predicar y enseñar, de otra manera, ¿cómo podrán hacer y administrar los sacramentos con provecho y eficacia salvadores?

El sacerdocio hoy está bastante desvalorizado. Las cosas poco prácticas no se cotizan. Esta generación consumista sólo tiene ojos para sus intereses. Ha perdido el sentido de la gratuidad. Un beso y una sonrisa no sirven para nada, pero los necesitamos mucho. Un jardín no es un negocio, pero necesitamos su belleza. Cultivar patatas y cebollas es más productivo, pero los rosales y las azucenas son necesarios. 

El sacerdote sirve. Siempre está sirviendo. Es necesario como la escoba para que esté limpia la casa. Pero a nadie se le ocurre poner la escoba en la vitrina. El sacerdote perdona los pecados, es instrumento de la misericordia de Dios. En un mundo lleno de rencores y envidias, el sacerdote es portador del perdón. Está siempre dispuesto a recibir confidencias, descargar conciencias, aliviar desequilibrios, a sembrar confianza y paz. 

El sacerdote ilumina. Cuando nos movemos a ras de tierra, nos señala el cielo. Cuando nos quedamos en la superficie de las cosas, nos descubre a Dios en el fondo. El sacerdote intercede. Amansa a Dios, le hace propicio, le da gracias, da a Dios el culto debido. Impetra sus dones. 

El sacerdote ama. Ha reservado su corazón para ser para todos. El sacerdote es antorcha que sólo tiene sentido cuando arde e ilumina. El sacerdote hace presente a Cristo. En los sacramentos y en su vida. Es el alma del mundo. Donde falta Dios y su Espíritu él es la sal y la vida. No hace cosas sino santos. 

Todos hemos de ser santos, pero sin sacerdotes difícilmente lo seremos. Es grano de trigo que si muere da mucho fruto. Nada hay en la Iglesia mejor que un sacerdote. Sí lo hay: dos sacerdotes. Por eso hemos de pedir al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies (Mt 9,38). 

«No me habéis elegido vosotros a mí, os he elegido yo a vosotros». La elección indica siempre predilección. Si voy a un jardín, miro y remiro: tallo, capullo, color, aguante…Elijo, corto y me la llevo. Pero sé que yo no podré ni cambiar el color, ni darles más resistencia, ni aumentarles la belleza. 

Cuando Dios elige, elige a través de su Verbo: «Por Él fueron creadas todas las cosas». Cuando un joven elige a su novia, es él quien elige. Si eligiesen sus padres u otros, probablemente saldría mal. Cuando Dios elige esposa, respeta a su Hijo, que se ha desposar con ella. Cuando Dios elige ministros suyos, deja a su Verbo la elección. Porque han de continuar sus mismos misterios.

Parece que el Señor tendrá sus preferencias. Contando con que siempre puede rectificar y enderezar, romper el cántaro y rehacerlo, y purificar, es verosímil que cuente con lo que ya hay en las naturalezas, creadas por El: «Omnia per ipso facta sunt».

Una de las primeras cualidades que parece buscará será la docilidad. Docilidad que casi siempre es crucificante. Otra, será la sencillez: «Si no os hacéis como niños»… Manifestarse sin hipocresía, con naturalidad. 

«Vosotros sois mis amigos.» ¡Cuánta es la misericordia de nuestro Creador! ¡No somos dignos de ser siervos y nos llama amigos! ¡Qué honor para los hombres: ser amigos de Dios! Pero ya que habéis oído la gloria de la dignidad, oíd también a costa de qué se gana: «Si hacéis lo que yo os mando.» Alegraos de la dignidad, pero pensad a costa de qué trabajos se llega a tal dignidad. 

En efecto, los amigos elegidos de Dios doman su carne, fortalecen su espíritu, vencen a los demonios, brillan en virtudes, menosprecian lo presente y predican con obras y con palabras la patria eterna; además, la aman más que a la vida; pueden ser llevados a la muerte, pero no doblegados. 

Considere, pues, cada uno si ha llegado a esta dignidad de ser llamado amigo de Dios, y si así es no atribuya a sus méritos los dones que encuentre en él, no sea que venga a caer en la enemistad. Por eso añadió el Señor: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto».

 

HIMNO SACERDOTAL

Brota de mi corazón un himno ardiente
cuajado en el manantial del ser:
Jesús Martí, yo te elijo, vente,
yo te llamo: Jesús Martí Ballester.

Cogiste mi corazón de niño
con ternura delicada y paternal,
me sedujeron tu afecto y tu cariño
y me dejé cautivar.

Yo escuché tu llamada gratuita
sin saber la complicación que me envolvía,
me enrolé en tu caravana de tu mano
sin pensar ni en las espinas ni en los cardos.

Te fui fiel, aunque a girones
fui dejando en mi camino pedazos de corazón,
hoy me encuentro con un cáliz rebosante de jazmines
que potencian mis anhelos juvenilesy me acercan más a Dios.

En el ocaso de la carrera de mi vida
siento el gozo de la inmolación a Tí.
Tienes todos los derechos de exigirme,
puedes pedir si me ayudas a decir siempre que ¡Sí!.

Necesitaste y necesitas de mis manos
para bendecir, perdonar y consagrar;
quisiste mi corazón para amar a mis hermanos,
pediste mis lágrimas y no me ahorré el llorar.

Mis audacias yo te di sin cuentagotas,
mi tiempo derroché enseñando a orar,
gasté mi voz predicando tu palabra
y me dolió el corazón de tanto amar.

A nadie negué lo que me dabas para todos.
Quise a todos en su camino estimular.
Me olvidé de que por dentro yo lloraba,
y me consagré de por vida a consolar.

Muchos hombres murieron en mis brazos,
ya sabrán cuánto les quise en la inmortalidad,
me llenarán de caricias y de flores el regazo,
migajas de los deleites de su banquete nupcial.

Pediste que te prestara mis pies
y te los ofrecí sin protestar,
caminé sudoroso tus caminos,
y hasta el océano me atreví a cruzar.

Cada vez que me abrazabas lo sentía
porque me sangraba el corazón,
eran tus mismas espinas las que me herían
y me encendían en tu amor.

Fui sembrando de hostias el camino
inmoladas en la cenital consagración:
más de treinta mil misas ofrecidas
han actualizado la eficacia de tu redención.

No me pesa haber seguido tu llamada,
estoy contento de ser latido en tu Getsemaní;
sólo tengo una pena escondida allá en el alma:
la duda de si Tú estás contento de mí.

Mi gratitud hoy te canto, ¡Cristo de mi sacerdocio!
Mi fidelidad te juro, Jesucristo Redentor.
Ayúdame a enriquecer con jardines a tu Iglesia,
que florezcan y sonrían aún en medio del dolor.

Sean esos jardines para tu recreo y mi trabajo,
multiplica tu presencia por los campos hoy en flor,
que lo que comenzó con la pequeñez de un pájaro,
se convierta en muchas águilas que roben tu Corazón.

Jesús Martí Ballester

Dios nunca se jubila

“Dijo Jesús: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. San Mateo, cap. 28. 

1.- Para el mundo hebreo la teología nunca fue un tratado especulativo, donde se le ponen a Dios diversos nombres y apellidos. Fue más bien un relato de las hazañas que el Señor había hecho en favor de su pueblo. Lo aprendemos con claridad en el cántico de Zacarías. A este sacerdote del templo un ángel le había prometido que su esposa, aunque mayor, tendría un hijo. Él no creyó y entonces quedó mudo. Pero el día en que nació Juan, recobró el habla e improvisó un himno donde enumera, mediante once verbos, las maravillas que Yahvé ha realizado: “Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo”… 

En cambio nuestra teología ha sido elaborada desde otros esquemas. Se ha preocupado de explicar quién es Dios y de señalar sus cualidades. Produjo entonces textos donde abundan los adjetivos negativos, que desnudan al Altísimo de nuestros ropajes humanos: Inmenso, infinito, inmutable, inmortal y otros muchos. Pero nunca ha logrado abordar el misterio. Por su parte, la piedad popular ha coleccionado expresiones superlativas sobre Dios: Dulcísimo, amabilísimo, misericordiosísimo. Sin embargo reconocemos que el esfuerzo de esta ciencia divina, así inexacta y elemental, responde a una buena intención de sus autores. Aunque algún escritor asegura que muchos teólogos, al llegar al cielo, mandaron incinerar sus escritos. 

Un puente entre estos dos enfoques, el judío y el nuestro, pudiera ser aquella frase de san Mateo. Antes de subir a los cielos, Jesús manda a los apóstoles hacer discípulos de todas las naciones, “bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

2.- De aquí brotó una reflexión, muy calcada en el pensamiento de los griegos, que originó numerosas fórmulas en nuestros catecismos: “Dios es un ser infinitamente bueno, sabio, poderoso, justo, poderoso, principio y fin de todas las cosas”. Y también: “La Santísima Trinidad es el mismo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero”. Es claro que muchos de nosotros nunca podremos asomarnos a tan altos conceptos. Entonces nos quedamos con una expresión más breve y más competa: Dios es. Sobre lo cual san Pablo escribió a los colosenses: “Él existe con anterioridad a todo y todo en él tiene su consistencia”.

3.- Pero los evangelistas nos presentan entre los sembrados de trigo y los rebaños, junto a las barcas del lago y los viñedos, un Dios más humano y real. Allí lo vemos cercano, amigo, cálido, preocupado por lo nuestro, comprensivo hacia nuestra pequeñez, compasivo ante nuestras fallas. Los apóstoles luego de Pentecostés, comenzaron a contar por todas partes cómo sintieron a Dios durante sus correrías con el Maestro. Cómo, luego de la resurrección del Señor, su Espíritu les transformó la vida. Y esa experiencia de fe ha llegado hasta nosotros, por medio de nuestros padres y maestros. 

Adquieren entonces categoría teológica las reflexiones de la gente sencilla. Un campesino, constante luchador entre sus animales y cosechas, se expresaba: “Pueden pasar los años y las cosas. Imagínese…los golpes de la vida. Pero Dios está ahí, echando días. La ventaja es que Él nunca se jubila”.

Gustavo Vélez, mxy

Bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

Señor Jesús,
hoy recordamos el misterio de la Santísima Trinidad:
Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
Es como el final,
la conclusión de lo que hemos ido recordando
últimamente en nuestras asambleas.

Somos trinitarios.
Nuestro Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Un solo Dios,
pero en su interior con tres Personas
que mantienen una completa unión entre ellas
y que al mismo tiempo son enviadas a su vez.
El Padre envía al Hijo al mundo
y éste, con el Padre, envían al Espíritu Santo.

Por otra parte estáis íntimamente unidos.

Señor Jesús, en la Trinidad hemos de mirarnos
las comunidades cristianas
para vivir la comunión y lanzarnos a la misión.
Unidos para ser misioneros,
Enviados, manteniendo la comunión.
Todo a ejemplo de la Trinidad.

¿Vivimos la comunión a ejemplo de la Trinidad?
¿Somos misioneros y ejercitamos la misión
a ejemplo del Hijo o del Espíritu Santo?

¡Cuánto camino nos queda por recorrer
para entrar en el dinamismo de la Trinidad!

Tan preciso es el Cenáculo como Pentecostés.
Son dos aspectos de una misma realidad.

Señor Jesús que el Cenáculo
nos lleve a la misión
y que la misión nos conduzca al Cenáculo.

Para postre hoy en tu Evangelio
nos has dicho unas palabras
que jamás deberíamos olvidar:
“Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo”.
Gracias, porque tu promesa se hace realidad.
Tú estás en medio de nosotros.
Tú no nos has dejado solos.
Tú estás siempre en medio de nosotros.
Gracias, Señor Jesús, por tu perenne compañía.

Ayúdanos, Señor Jesús, a parecernos a la Trinidad.
Ayúdanos tanto a vivir la comunión
como a hacer realidad la misión.

Que en nuestras comunidades confesemos
la fe en la Trinidad
y que nuestras comunidades vivan la comunión,
a pesar de las diferencias;
siendo al mismo tiempo
portadoras de comunión y misioneras,
anunciadoras de tu Evangelio
y de tu Proyecto en todos los lugares del mundo.

Perdón, porque como Tú sabes, Señor Jesús,
solemos pecar o bien de división
o bien individualismo y de enclaustramiento.

Creo, Señor Jesús, que sois tres:
Padre, Hijo y Espíritu Santo

Notas para fijarnos en el Evangelio

• Hoy es el domingo de la Santísima Trinidad. En este domingo recordamos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un Dios único pero con tres Personas en su interior.

• La Trinidad modelo de comunión y de misión que es la síntesis de la Iglesia, el ideal de lo que ha de ser.

• Jesús se aparece a sus Apóstoles en Galilea, les encarga una misión y les asegura que no los dejará solos, que Él estará con nosotros hasta el fin de los tiempos (16).

• Todo esto, el evangelista lo sitúa en el marco de una montaña, lugar recurrido donde se da el encuentro con Dios.

•Los Apóstoles al ver a Jesús se postran en señal de respeto, de reconocimiento de su señorío (17).

• Por su parte, Jesús manifiesta que se le ha dado toda autoridad y poder. Jesús Resucitado es señor de vivos y muertos, ha alcanzado el pleno señorío (18).

• Y desde esta situación, Jesús confía a los Apóstoles, a nosotros sus continuadores, una misión: “Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles aguardar todo lo que os he mandado”. (19.20)

•El encargo que Jesús da a sus apóstoles no tiene límites, es universal.

• Y Jesús les pide que hagan discípulos de su magisterio. Él es el maestro y nosotros sus discípulos, sus seguidores.

• Y Jesús les pide que hagan discípulos de su magisterio. Él es el maestro y nosotros sus discípulos, sus seguidores.

• Es a Él a quien hemos de enseñar, a quien hemos de predicar, de quien hemos de hablar

• Y Jesús les ofrece la formula bautismal que la Iglesia continúa utilizando en todo bautismo.

• Somos bautizados en el “nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” O sea somos introducidos por el bautismo en la comunión Trinitaria, en la familia de Dios, se nos da la vida de Dios.

• No podíamos subir más alto, no podíamos alcanzar dignidad más grande.

• Gracias porque todo ello es don y gracia.

• ¡Qué lástima que muchas veces no seamos consientes de todo esto! ¡Qué lástima que muchos cristianos no sepan saborear esta realidad tan maravillosa!

• Para terminar Jesús les asegura que el permanecerá con nosotros ”Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo“. (20)

• Es lo que tan bien conocemos: Jesús nos dijo que donde dos a más se reúnen en su nombre allí está el; Jesús está también presente en los demás, de una forma especial en los pobres, por eso dijo que lo que hagamos a uno de los menesterosos de este mundo se lo hacemos a Él; Jesús está en los Sacramentos por eso el sacerdote nos dice “el cuerpo de Cristo” y respondemos “amén” así es; Jesús está en sus ministros que dice “Yo te absuelvo de todos tus pecados, en el nombre del Padre…”

Comentario al evangelio – Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

­El primer jueves siguiente a la celebración de la Solemnidad de Pentecostés se celebra la festividad de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, tanto en España, como en algunos otros países, aunque aún no está elevada a festividad universal. La fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, fue introducida en España en 1973.

Las dos primeras lecturas que se ofrecen para elegir nos recuerdan que Dios es fiel, y cumple siempre su alianza. Tanto Jeremías como el autor de la Carta a los Hebreos insisten en ello. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. La cercanía al Señor, insuflada desde pequeñitos, para que no haya nunca distancia entre el hombre y Dios. Además, el segundo texto nos recuerda que no me acordaré ya de sus pecados ni de sus crímenes. Con la Ley en el corazón, cumpliéndola siempre, y acogiéndonos a su misericordia, cuando algo va mal. Que para eso Jesús es el Sumo Sacerdote, mediador entre Dios y nosotros, sus hermanos.

La mejor señal de esa Alianza es la vida del mismo Jesús. Y, sobre todo, el sacramento de la Eucaristía. El pan y el vino, convertido en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, la nueva y definitiva Alianza. Recibir ese Cuerpo y esa Sangre es la mejor manera de incorporarse a esa nueva Alianza. Lo podemos hacer cada día, para renovar esa Alianza a la que estamos invitados desde siempre.

Es un buen día para orar por la santidad de los sacerdotes, y todos podemos rezar con esta oración.

Oración al Señor, Jesucristo, nuestro magnífico y supremo Sacerdote.

Por tu Muerte y Resurrección te hemos reconocido como el Cordero sacrificial, mediador entre el Padre y nosotros mismos. Nos llamas a participar en tu Muerte y Resurrección te hemos reconocido como el Cordero sacrificial, mediador entre el Padre y nosotros mismos. Nos llamas a participar en tu Muerte y Resurrección por los sacramentos del Bautismo y Confirmación, para unirnos en el ofrecimiento del sacrificio de Ti mismo por la participación de tu Sacerdocio en la Eucaristía.

Así pertenecemos a tu Reino en la tierra, haciéndonos tu pueblo santo. Señor Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, concédenos tu Espíritu de Amor y Vida que nos una a ti, Sacerdote y Víctima, para que el plan de salvación para todos los pueblos se establezca dentro de nosotros.

Señor, Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, concédenos tu Espíritu de Sabiduría y unión, que a todos nos unifique en tu Cuerpo Místico, la Iglesia, para ser tus testigos en el mundo. Señor, Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, tu cruz remedie nuestros males, tu Resurrección nos renueve, tu Espíritu Santo nos santifique, tu Realeza nos glorifique y nos redima tu Sacerdocio, para que podamos unirnos contigo como tú lo estás con el Padre en el Espíritu Santo.

Señor, Jesús, reúnenos a todos en tu Persona –Víctima, Sacerdote, Rey– por el banquete salvador de la Eucaristía que tú y nosotros ofrecemos en el altar del Sacrificio, ahora y durante todos los días de nuestra peregrinación por este mundo. Cuando nos llames a tu Reino celestial, entonces podamos participar con todos los santos de tu gloria, amor y vida en unión con el Padre y el Espíritu Santo por toda la eternidad. Amén.

Alejandro Carbajo, cmf

Meditación – Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

Hoy celebramos la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 14, 12a. 22-25):

El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, mientras comían, Jesús tomó pan, y pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo».
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».

Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones

Cuando el rey de Babilonia destruye Jerusalén, la Ciudad Santa por antonomasia de los judíos, la fe de todo un pueblo se tambalea. Es entonces cuando Dios envía al profeta Jeremías a anunciar una nueva Alianza, no como la de Moisés escrita en piedra, en cierta medida separada de la vida de cada día, sino otra, definitiva, grabada en el corazón de cada persona, en una sintonía nueva con Dios, un Dios que, por amor, se hace hombre y salva.

La profecía de Jeremías es tremendamente actual en el mundo que vivimos donde la maldad, la mentira y los egoísmos parecen campar a sus anchas ante la decepción, el abatimiento y desesperanzas de muchos, también de los cristianos. Parece que nada puede hacerse y que Dios se ha olvidado de nosotros. Pero no es verdad, porque el Señor, desde la Encarnación, forma parte de nuestra vida… y de nuestra muerte y no solo suscita profetas para una misión, sino que, por el Espíritu, a cada uno de los bautizados, nos invita a coger la cruz, la nuestra y la de tantos hermanos que sufren, para caminar con Él de nuevo a un Calvario trasfigurado de Esperanza.

Tomad, esto es mi cuerpo

La narración de la Última Cena por parte de San Marcos, el evangelio más antiguo, nos explica con concreción precisa el paso de la Antigua a la Nueva Alianza. Jesús es el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Los antiguos sacrificios expiatorios ya no tienen sentido. La entrega de Cristo de su Cuerpo y su Sangre es la definitiva y eterna alianza entre Dios y todos y cada uno de nosotros, los hombres. En la eucaristía, cuando el sacerdote presbítero pronuncia las palabras de Cristo y eleva el pan y el cáliz, nosotros, también sacerdotes, estamos participando en vivo y en directo del gran milagro de Amor que Dios nos ha concedido y que concluye con la comunión y el envío.

Todos los cristianos lo somos en verdad no solo por estar inscritos en un libro de registro o por asistir a la eucaristía, sino ante todo porque participamos en el Sacrificio Redentor de Cristo con la eucaristía y con nuestra vida de entrega generosa para la construcción del Reino. Porque comulgar con Cristo es ser otro Cristo entre los hombres y, por tanto, estar dispuestos a ser en Él y por Él sacerdotes, profetas y reyes en un mundo que, en la realidad, todavía no lo conoce y camina a la deriva, porque nosotros preferimos, como los antiguos judíos, llorar y lamentarnos por un mundo que no tiene remedio.

“«Si me mandáis, Señor, hacer lo que vos hicisteis, dadme vuestro corazón». Este ha de ser vuestro ahínco: «Señor, dadme vuestro corazón». Estas vuestras oraciones, éstas vuestras disciplinas, éstos vuestros ayunos, éste vuestro decir de misas. ¿Hay más que esto? Quien da su corazón, ¿qué no dará? Esto es comulgar. Así como el pan deja de ser pan y se transubstancia en el cuerpo de Cristo, así el hombre deja de ser quien era y entra en el corazón de Cristo.”          

San Juan de Ávila. Sermón 57

Carlos José Romero Mensaque, O.P.

Liturgia – Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

JUEVES. NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE, fiesta

Misa de la fiesta (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Gloria. Prefacio I de ordenaciones. No se puede decir la Plegaria Eucarística IV.

Leccionario: Vol. IV

  • Jer 31, 31-34. Haré una alianza nueva y no recordaré los pecados.
  • Heb 10, 11-18. Ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados.
  • Sal 109. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
  • Mt 14, 12a. 22-25.Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre.

Antífona de entrada          Hb 7, 24
Cristo, mediador de una nueva alianza, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa.

Acto penitencial
Jesucristo ejerce su sacerdocio durante toda su vida terrena y, sobre todo, en su pasión, muerte y resurrección. El sacrificio perfecto es el que ofreció en la cruz en ofrenda total como respuesta amorosa al amor del Padre y por nuestra salvación, y es el mismo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico, que es el mismo de la cruz.

  • Tú que nos enseñaste la voluntad del Padre. Señor, ten piedad.
  • Tú que nos dejaste una Ley de amor. Cristo, ten piedad.
  • Tú que nos guías por el camino de tu reino. Señor, ten piedad.

Se dice Gloria.

Oración colecta
OH, Dios, que para gloria tuya y salvación del género humano
constituiste a tu Hijo único sumo y eterno Sacerdote,
concede, por la acción del Espíritu Santo,
a quienes él eligió para ministros y dispensadores de sus misterios
la gracia de ser fieles
en el cumplimiento del ministerio recibido.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Acudamos, hermanos, a Cristo el Señor, a quien el Padre ha puesto como instrumento de propiciación y ha constituido sacerdote y justificador de cuantos creen en Él.

1.- Para que el Hijo de Dios, sumo y eterno sacerdote de la nueva alianza, conceda a los obispos y presbíteros ser predicadores humildes y valientes de la palabra divina y administradores fieles de los sacramentos de la Iglesia. Roguemos al Señor.

2.- Para que Cristo, pastor que nunca abandona a su rebaño, conceda a nuestra diócesis abundantes y santas vocaciones al ministerio sacerdotal. Roguemos al Señor.

3.- Para que Cristo, constituido sacerdote de los hombres en todo aquello que tiene referencia a Dios, con su intercesión conduzca a la humanidad al conocimiento y al amor del Padre. Roguemos al Señor.

4.- Para que Cristo, sacerdote capaz de ser indulgente con los que pecan, pues Él mismo experimentó nuestra debilidad, interceda por los pecadores y por los que yerran. Roguemos al Señor.

5.- Para que los que han sido elegidos y consagrados para hacer visible y presente a Cristo, cabeza de la Iglesia, realicen con fidelidad la misión recibida, y todos sepamos verlos como imagen de Cristo sacerdote, maestro y pastor. Roguemos al Señor.

Señor Jesucristo, que has establecido ser sacerdote en favor de los hombres y has establecido que tu misión sacerdotal fuera ejercida por aquellos que Tú mismo has elegido y consagrado por la imposición de las manos; concede a los obispos y presbíteros realizar con fidelidad la misión que les has confiado y haz que todos nosotros sepamos descubrir en su ministerio tu presencia santificadora y tu intercesión constante en favor de todos los hombres. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas
JESUCRISTO, nuestro Mediador,
te haga aceptables estos dones, Señor,
y nos presente juntamente con él
como ofrenda agradable a tus ojos.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Prefacio I de las ordenaciones

Antífona de comunión          Mt 28, 20
Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final del mundo, dice el Señor.

Oración después de la comunión
LA eucaristía que hemos ofrecido y recibido,
nos dé la vida, Señor,
para que, unidos a ti en caridad perpetua,
demos frutos que siempre permanezcan.
Por Jesucristo nuestro Señor.