Homilía – Viernes VII de Tiempo Ordinario

Texto de un protestante famoso: Juan Wesley, relacionado con la primera lectura

¿Cómo podremos evitar el escandalizar a los demás y escandalizarnos nosotros mismos, especialmente si alguien hace mal y nosotros le vemos con nuestros propios ojos? El Señor nos enseña el modo de hacerlo. Asienta el método de evitar por completo los escándalos y la murmuración. «Si tu hermano pecare contra ti, ve, y redargúyele entre ti y él solo: si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Y si no oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por étnico y publicano.»

«Si tu hermano pecare contra ti, ve, y redargúyele entre ti y él solo.» El mejor modo de poner en práctica esta regla, es seguirla al pie de la letra siempre que sea posible. Por consiguiente, si ves con tus propios ojos a un hermano, a un cristiano, cometer un pecado innegable, o le oyes con tus propios oídos, en forma que no es posible dudar del hecho, tu deber es sumamente claro: luego que se presente la primera oportunidad, ve a él, acércatele, si puedes, «y redargúyele entre ti y él solo.»

Por cierto que se debe tener mucho cuidado de hacer esto en el verdadero espíritu y de la mejor manera. El buen éxito de una reprensión depende mucho del espíritu en que se hace. No te olvides, por consiguiente, de orar a Dios profundamente, a fin de que puedas exhortar en el espíritu de mansedumbre, con una persuasión profunda, irresistible, de que Dios es quien te guía, y de que si algo se consigue, es Dios quien lo hace solamente. Pídele que guarde tu corazón, que ilumine tu mente, que bendiga las palabras que pronuncien tus labios. Mira que hables en espíritu de humildad y mansedumbre; «porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.» «Si alguno fuere tomado en alguna falta,» sólo con «el espíritu de mansedumbre» se le puede restaurar. Si hace oposición a la verdad, sólo con la amabilidad se le puede persuadir a que la acepte. Habla, pues, en el espíritu de amor tierno que «las muchas aguas no podrán apagar.» Nada puede vencer al amor, pero él todo lo vence, y ¿quién podrá calcular su fuerza? Confirma, pues, tu amor al prójimo, y así, «ascuas de fuego amontonas sobre su cabeza.»

Mira que la manera como hables sea también conforme al evangelio de Cristo, y evita en los ademanes, las palabras, los modales y el tono de la voz, todo aquello que tenga las apariencias de soberbia o vanagloria. Evita con esmero todo lo que parezca dogmático o altanero, arrogante o pretencioso. Cuida de que no haya ni la menor sombra de desprecio, desdén o grosería. Evita con el mismo empeño toda apariencia de cólera, y si debes hablar con toda franqueza, no uses reproches ni palabras ultrajantes, ni te exaltes-habla cariñosamente. Sobre todo, mira que no haya ni el menor asomo de odio ni de mala voluntad. Evita la dureza o acritud en el lenguaje, y usa de palabras corteses y amables, como que fluyen del amor de tu corazón. Esta cortesía en las palabras no quita que hables de la manera más seria y solemne, hasta donde fuere posible, en los términos mismos de los Oráculos de Dios, puesto que no hay otros como ellos, y como que estás en la presencia de Aquel que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Si no se te presenta la oportunidad de hablarle en persona, si no puedes acercártele, dirígete a él por conducto de un mensajero, de un amigo mutuo de cuya prudencia y rectitud estés bien seguro. Ese amigo al hablar en tu nombre, y del modo y con el espíritu ya descritos, puede obtener el mismo resultado y suplirte bien. Sólo que mira bien, no sea que te figures que no se presenta la oportunidad a fin de no tomar la cruz, ni tomes por supuesto que no puedes acercarte a él, sino haz la prueba. Es preferible que le hables en persona, pero si no puedes, hazlo por conducto de un amigo, esto es mejor que dejar de cumplir con tu deber.

Pero, ¿qué harás si no puedes hablarle en persona ni por conducto de un amigo mutuo de toda confianza? Si así fuere verdaderamente, no te queda más recurso que escribirle, lo cual es muy preferible en ciertas circunstancias, como cuando la persona de quien se trata es de tan mal genio que no aguanta que se le hagan observaciones, especialmente si el individuo que se dirige a ella es un igual o inferior. Por carta se puede hacer de una manera tan amable, que no pueda menos de tolerarse. Además, muchas personas leen lo que no permiten que se les diga, pues este método no lastima tanto su soberbia, ni ofende su honor. Supongamos que la primera lectura no hace ninguna impresión, tal vez lean la carta por segunda vez y al meditar sobre su contenido, guarden en sus corazones lo que antes despreciaron. Si firmas la carta es tanto como si fueses a hablarle cara a cara. Debes, pues, firmarla, a no ser que haya alguna razón especial para no hacerlo.

Debemos observar que el Señor no sólo nos manda tomar este paso, sino que es el primer paso que debemos dar antes de hacer otra cosa. No hay alternativa de ninguna clase, no hay término medio, este es el camino, entrad por él. Es bien cierto que nos permite tomar otras dos medidas, en caso de que fueren necesarias, pero éstas deben tomarse sucesivamente después y no antes de dar el primer paso. Mucho menos debemos tomar otra medida antes ni después de ese paso. Hacer cualquiera otra cosa o no hacer esta no tiene disculpa.

Sobre el Divorcio

El divorcio no sólo separa al esposo de la esposa. El divorcio separa culturas, cosmovisiones… y también religiones.

En América Latina, por lo menos, y sirva esto de ejemplo, hay un hecho comprobado: mientras que los protestantes de todas las denominaciones, incluyendo los que se quieren llamar simplemente «cristianos», alegan que su único apoyo es la Biblia, van contradiciendo esta tremenda afirmación con hechos tan concretos como desautorizar a Jesucristo en esta materia tan clara del divorcio.

Jesús dijo: «lo que Dios unió, que no lo separe el hombre» (Mc 10,9), pero es cosa comprobada que un altísimo porcentaje, a veces superior al 50%, de quienes huyen de la Iglesia Católica y buscan cobijo en grupos protestantes están en situación práctica de adulterio. Y son voces de adúlteros, triste es decirlo pero hay que decirlo con claridad, son voces desobedientes a Jesús las que luego se elevan en «preciosas» alabanzas, en «sentidas» canciones, y en predicaciones que «tocan» el corazón.

Jesús fue claro. No podemos confundir la ternura de Cristo con laxismo de Cristo, ni podemos revolver irresponsablemente las afirmaciones sobre la misericordia de su corazón con los caprichos y las debilidades alocadas de nuestros propios corazones.

Fr. Nelson Medina, OP