No es sólo teología

Como dijimos en el domingo sexto de Pascua, el amor forma parte de la vida humana, y por eso desde siempre ha sido la base de novelas, obras de arte, películas… por eso, ha habido también muchos intentos por explicarlo desde un punto de vista científico. Es cierto que el amor es un fenómeno complejo, que provoca una serie de descargas de sustancias químicas hormonales como la dopamina y la serotonina, produciéndose una serie de reacciones que afectan a toda la persona porque nos hacen sentir bien y felices. Pero los mismos estudios acaban concluyendo que, aunque el amor está asociado a estos procesos, el amor verdadero es una experiencia única, que no se puede reducir a reacciones químicas.

Hoy estamos celebrando la solemnidad de la Santísima Trinidad. Como indica el Catecismo de la Iglesia Católica (234): «El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es la fuente de todos los otros misterios de la fe».

Desde el principio de los tiempos, con la palabra ‘Dios’ el ser humano ha querido designar la realidad primera y fundante de todo lo bueno y bello que existe. Algunos pueblos antiguos pensaban que eran dioses las grandes fuerzas de la naturaleza, los astros, todo aquello que experimentaban superior a ellos. Nosotros profesamos nuestra fe en un Dios único, porque así ha ido revelándose Dios a lo largo de la historia, tal como encontramos en la Sagrada Escritura y lo hemos escuchado en la 1a lectura: “Reconoce hoy, y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios… no hay otro”. Y ha ido revelándose como ‘el Dios vivo’, ‘el que es’, ‘clemente y misericordioso’…

En los Evangelios encontramos la revelación plena de Dios: es Uno pero también es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es Padre porque, desde siempre, tiene un Hijo, Jesús, que se ha hecho hombre y vive con su Padre una relación única y manifiesta en sus obras el mismo poder de Dios. Y Jesús realiza su obra de salvación con la fuerza del Espíritu Santo, que actúa en Él de modo permanente. Tras su muerte en la Cruz, Dios Padre resucitó a Jesús por la acción del Espíritu Santo y Jesús Resucitado, poseedor de la plenitud del Espíritu Santo, es fuente de ese Espíritu para todos.

Este Dios Trinitario espera de nosotros una respuesta plena y un seguimiento fiel, anunciándolo a los demás, como hoy hemos escuchado: “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Desde los primeros tiempos del cristianismo hemos querido ‘explicar’ la fe trinitaria desde la ciencia teológica (Catecismo Iglesia Católica 250-258), «tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla de los errores que la deformaban». Y para ello «la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: substancia (para designar el ser divino en su unidad), hipóstasis o persona (para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción entre sí), relación (para designar la referencia de cada uno a los otros)».

Y así se afirma que «la Trinidad es consubstancial: cada una de las Personas es enteramente Dios. Las Personas divinas son distintas entre sí, pero esto no divide la unidad, sino que la distinción reside en las relaciones que las refieren unas a otras. Y que toda la acción divina es la obra común de las tres Personas, pero cada Persona divina realiza la obra común según su propiedad personal…»

Todo esto es verdad, pero, al igual que el amor humano no puede ser explicado sólo desde la ciencia, nuestro Dios tampoco puede explicarse sólo desde la Teología, porque «Dios es un misterio profundo. No existe del modo como existen las cosas o las personas. El conocimiento de Dios no se alcanza sólo con la razón, sino con el corazón» (Catecismo alemán), porque Dios es Amor, es una eterna comunicación de amor en la unidad de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El único Dios es una comunidad de Amor entre las tres Personas, y nos invita a participar de su ser, de su Amor, como decía la 2a lectura: “Habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: ‘¡Abba, Padre!’ Somos hijos de Dios y coherederos con Cristo”. Por esta razón, la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo se expresa no sólo con la Teología, sino también con el agradecimiento y la alabanza. El que realmente conoce a Dios como Amor y cree en Él cambiará su vida, del mismo modo que el enamorado no sólo ‘habla’ del amor, sino que lo manifiesta en todo su ser y actuar.