Parábola del Padre, la Palabra y el Viento

«Id y haced discípulos de todos los pueblos»

La tendencia a interpretar las palabras de Jesús con conceptos tomados de filosofías paganas empezó en el cuarto evangelio, al asumir el término “logos” y otros conceptos de la filosofía de Filón y otras fuentes gnósticas. Más tarde se recurrió a los clásicos griegos, Platón y Aristóteles, y en Nicea, un grupo de teólogos creyó poder meterse en la esencia de Dios y proclamó el dogma de la Santísima Trinidad. Abandonaron el estilo de Jesús, pensaron que con la razón podían acceder a la intimidad de Dios y se equivocaron, porque de Dios solo conocemos lo que Él nos ha dicho de sí mismo.

Además, el dogma de la Santísima Trinidad resulta hoy muy poco interesante, y la razón es doble; por una parte, porque tanta erudición nos desborda, y por otra, porque no nos ayuda a vivir. No obstante, si trascendemos su formulación dogmática podremos descubrir la raíz evangélica que en él subyace, ya que en Jesús hemos descubierto que Dios es para nosotros Padre, Palabra y Viento.

Palabra. El punto de partida es siempre Jesús, porque el quicio fundamental de quienes nos llamamos cristianos es creer en Jesús visibilidad de Dios sin poner en duda su humanidad. Dios se nos da a conocer en Jesús y se comunica con nosotros a través de Jesús y, por tanto, creer en él es creer que, no solo sus dichos, sino toda su vida, son “Palabra de Dios”.

Padre. Porque cuando le escuchamos hablar de Dios —es decir, cuando Dios nos habla de sí mismo a través de Jesús— nos quedamos asombrados, porque no menciona ninguna de las cualidades maravillosas que siempre le habíamos atribuido, sino que nos habla de Abbá; “El Padre” que sale cada atardecer a esperar a su hijo perdido.

Viento. Y cuando le vemos dedicar su vida a enseñar y curar sin descanso, o lo vemos rodeado de multitudes que le siguen fascinadas, o escuchamos sus criterios poderosos de vida, o le vemos capaz de llegar hasta las últimas consecuencias por fidelidad a su misión… creemos que en Jesús sopla un viento irresistible, el “Viento de Dios” que impulsa a la humanidad y actúa en cada uno de nosotros.

Mirando a Jesús vemos pues que Dios es el Padre con quien podemos contar, la Palabra que nos guía por la vida y el Viento que nos alienta y nos ayuda a caminar; Padre, Palabra y Viento. Dios se comunica con nosotros —Palabra—, actúa en nosotros —Espíritu— y es nuestro Padre —Abbá—. Y esto significa que Dios no es un arcano insondable, sino un sembrador que esparce la semilla de la Palabra continuamente y nos alienta en nuestro caminar por la vida.

Y esto es magnífico, porque ese dogma incomprensible y aparentemente estéril que pensábamos que no nos interesaba nada, se convierte en algo importante para nosotros, porque este conocimiento de Dios orienta nuestra vida, nos permite caminar correctamente por ella y, en consecuencia, es fuente de seguridad y estímulo.

Miguel Ángel Munárriz Casajús