Ex 24, 3-8 (1ª lectura Cuerpo y Sangre de Cristo)

1ª) ¡Oferta de Dios y respuesta del pueblo!

Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: Haremos todo lo que dice el Señor. Lo esencial de la alianza no es el rito de sangre que la ratifica, sino expresión de la voluntad salvadora de Dios y su oferta gratuita comprometiéndose como soberano a proteger y defender a su pueblo que es su vasallo y la respuesta de este pueblo que acepta libremente su oferta. La alianza busca una comunicación personal y dirigida por una elección y una respuesta libre, fiel y coherente en la realización de sus cláusulas. El centro de la alianza es el reconocimiento de la soberanía de Dios, de su gratuidad, de su amor por su pueblo y la contrapartida que el pueblo debe realizar: aceptar la oferta, agradecerla y poner manos a la obra. Todos los ritos que la acompañan tienen como finalidad visualizar este compromiso por ambas partes. Recuérdese el rito de la alianza con Abraham (Gn 15).

2ª) ¡Las palabras de la alianza autentificadas por un sacrificio de comunión!

Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor… Mandó ofrecer al Señor un sacrificio de comunión. La palabra de Dios es expresión de su voluntad salvadora y la ha comunicado a los hombres para establecer con ellos un diálogo vivo y salvador. Este encuentro en las palabras de Dios que son expresión humana de la única Palabra que tiene (el Logos), misteriosamente establece lazos vivos de comunión y comunicación. El encuentro con la Palabra establece un lazo de comunión con Dios muy profundo. Y esta comunión por la Palabra queda visualizada y ratificada por el sacrificio de comunión. Pero este sería vacío sin aquella comunión personal. Ambos elementos garantizan la comunión de Dios con el hombre y del hombre con su Dios. Y es una comunión vital. Recuérdese el sentido que en el Oriente se da a un banquete: quienes participan juntos en un mismo banquete se hermanan porque ese alimento se convierte en sangre en todos ellos y, por tanto, de alguna manera se establece un lazo indeleble, pues la sangre es el lazo que les une a todos.

3ª) ¿Alianza y comunión!

Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre estos mandamientos. La alianza que establece Dios con el hombre no es de igual a igual sino de superior a inferior (porque no podía ser de otro modo). Es una alianza que conlleva el compromiso del superior para defender y proteger al inferior y este, por su parte, se compromete a obedecer, respetarle y no traicionar la alianza de vasallaje. La alianza eleva al inferior a la categoría de «amigo» del superior que le concede ese privilegio. El resultado es una oferta de amistad y de comunión lo más cercana y profunda que se pueda dar. Es una oferta gratuita y ha de ser garantizada por ambas partes. Dios da su palabra y la cumple; por su parte el hombre ha de hacer lo propio. Y el sello de ese profundo compromiso se visualiza en la sangre. En la sangre está la vida. Son vidas lo que se comprometen en la alianza y, en consecuencia, una comunión vital y no pasajera. Los mandamientos son la respuesta concreta a este compromiso.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo