Comentario – Miércoles VII de Tiempo Ordinario

NADA DE DERECHOS 

Santiago 4, 13b-17. «Si el Señor lo quiere». Una vez más, el autor no reprocha a los comerciantes el que ejerzan oficio; lo que condena es su presunción. Muchos creyentes, en efecto, trazan planes como si su vida les perteneciera. Ahora bien, ¿qué son ellos, sino una nube que presto se disipa, una hierba que con el sol del verano se agosta? El hombre ha de adquirir conciencia de su propia fragilidad y ponerse en manos de Dios.

La última sentencia es independiente del contexto. «Quien conoce el bien que debe hacer y no lo hace, es culpable». Este aforismo condena la pasividad y recuerda la regla de oro formulada por Jesús: «Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos».

El salmo 48 es un fragmento de sabiduría en forma de refutación. Después de una introducción solemne, formula la tesis defendida por algunos que piensan que pueden confiar en sus riquezas. Son unos insensatos: ¿creen que van a poder llevarse la fortuna al sepulcro?

Marcos 9, 37-39. Jesús había hablado de acoger «en su nombre» a los niños; Marcos aprovecha esa circunstancia para referir otro episodio en el que se trata de la expulsión del demonio también «en nombre» de Jesús. Es el procedimiento de la palabra-gancho, utilizado con tanta frecuencia en la Biblia para enlazar dos acciones o dos razonamientos que no tienen nada que ver entre sí.

Juan creía haber acertado al tratar de impedir actuar como exorcista a un hombre ajeno al grupo de los discípulos; pero Jesús, que no quiere vincular su acción a un grupo particular, aunque ese grupo sea el de los discípulos, se manifiesta disconforme con el proceder de Juan. Rechaza todo sectarismo y extiende aquella facultad del grupo a todo hombre de buena voluntad. «El que no está contra nosotros está a favor nuestro». Piensen lo que piensen los fieles acerca de este punto, la acción de Dios traspasa las fronteras visibles de la Iglesia.

La tentación de dominar debió de ser grande entre los primeros discípulos, a juzgar por el número de frases dedicadas por Jesús a ponderar el elevado valor del servicio. Sus discípulos están llamados a servir, no a reinar, y si el discípulo ha de acoger fraternalmente a todos los humildes, también el propio humilde ha de dejarse acoger, en razón de su pertenencia a Cristo.

Un intruso que no pertenece al círculo de los discípulos expulsa a los demonios utilizando el nombre de Jesús. Los discípulos reaccionan con viveza tratando de impedírselo; creen tener el monopolio de la misión. Deberán rectificar su criterio, pues Jesús les hace notar que la Iglesia no tiene el monopolio de la defensa del hombre, aunque en otro tiempo la Iglesia pensara lo contrario. Por eso no tiene «derechos de autor» que reivindicar, si bien no se resiste a la tentación de reivindicar para sí a cuantos hacen de su vida una obra hermosa y respetable (los llamados «cristianos anónimos»).

No hay necesidad alguna de ser cristiano para desear construir un mundo más fraterno y una tierra más hermosa, ni para pagar el precio —a veces muy elevado— que se ha de satisfacer para que ese sueño se convierta en realidad. La Iglesia es y debe ser «servidora y pobre», porque ella no es ni el término ni el objeto de la Promesa.

La Iglesia no es el término de la Promesa, el final de la historia que Dios ha tejido con los hombres. La Iglesia no existe más que a modo de poste indicador. Señala el término hacia el cual conduce Dios la vida del hombre. Es únicamente la «cabeza de puente» del mundo nuevo. Hay otros combatientes que luchan en el mismo frente, sin pertenecer por ello al mismo

ejército: dondequiera que triunfa la esperanza sobre la fatalidad, dondequiera que prevalece el servicio sobre los intereses personales y dondequiera que se construya el mundo de Dios. «El que no está contra nosotros está a favor nuestro».

La Iglesia tampoco es el objeto de la Promesa. La gloria de Dios es el hombre vivo. Una humanidad revivificada, creada de nuevo, restaurada: tal es el tenor del futuro prometido. Donde se remodela un rasgo del rostro del hombre tal como Dios lo concibió el primer día, allí se crea el mañana. Algún día, unos hombres y unas mujeres se quedarán atónitos al oír que se les dice: «Venid, benditos de mi Padre. Porque tuve hambre y me disteis de comer; estaba desnudo y me vestísteis; estaba enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme». «No se lo impidáis», aconseja Jesús: ya han entrado en el camino de Dios.

— Porque nos erigimos
en administradores de tus dones,
¡Señor, ten piedad!

—Porque apelamos a ti
para tratar de imponer nuestras leyes,
¡Cristo, ten piedad!

—Porque olvidamos
que todo lo recibimos de ti,
¡Señor, ten piedad!

Señor y Padre de todos los hombres,
que das sin medida,
en abundancia y sin condiciones:
te pedimos
que no te dejes encerrar
en el estrecho corsé de nuestras reglamentaciones
y de nuestras mezquindades,
sino que derrames tu gracia

sobre todo hombre venido a este mundo
para toda la eternidad.

Marcel Bastin
Dios cada día 3 – Tiempo Ordinario