Jesús hoy se ha vestido de pastor, uno de los oficios más humildes y abnegados de la sociedad. Nos dice que conoce perfectamente a sus ovejas y que estas le conocen a él… El asalariado, en cuanto ve venir al lobo, las abandona y huye porque no le importan las ovejas. Él no, él da la vida por ellas… El papa Francisco nos invitaba, en una ocasión, a que oliéramos a oveja, uno de los animales más queridos por Jesús… Puestos a analizar, yo me pregunto: «¿Cuáles son los encantos de las ovejas?». Un listado de urgencia me permite esbozar lo que pienso de estos animales entrañables:
En primer lugar, destacarla su instinto comunitario. Las ovejas caminan siempre en manadas; para ellas el rebaño representa el colegio en el que fueron matriculadas nada más nacer, y su virtud más acusada es el compañerismo. Cuando alguna se desvía o se distrae, todas sus compañeras acusan su ausencia, y ella se colma de soledad. Y,e1 pastor, apenas detecta la pérdida, se pone en seguida en camino y se desvive y-angustia hasta que 4 encuentra. Y ella, al regresar a la comunidad ovina, es recibida con alegría y júbilo por el colectivo de sus compañeras.
Otra condición de las ovejas reside en su exquisita finura de oído para detectar el silbido del pastor.
Conocen como nadie su sonido nítido, la tesitura adecuada y la cadencia dulce, amorosa e inconfundible de sus finales. El silbido de su amo lo distinguen perfectamente de ese otro, acatarrado y basto, de cualquier asalariado a quien no le importan las ovejas… Cuando el amo las reclama, ellas retozan y bailan de alegría; y, en su lenguaje ovejuno, se dicen unas a otras: «¡Vamos, que nos llama el que nos quiere!».
Y la tercera joya que adorna a las ovejas es el seguimiento, alegre y decidido, al pastor, que cuida de ellas día y noche. Seguir al pastor significa, ante todo, fiarse de él, aprender de sus consejos y de su conducta, caminar por los senderos que él marca, sintonizar con sus sentimientos, dolores y deseos; en una palabra, configurarse plenamente con su modo de pensar, sentir y actuar.
Nos tranquiliza enormente la seguridad de que el pastor se preocupa por los derroteros de la oveja que se pierde y se despista: es preciso recuperarla, buscarla día y noche, sin tregua ni descanso, hasta encontrarla. Y luego, se alegra con júbilo por haberla encontrado… Jesús, el buen Pastor, se encargará sin duda de hacernos posible lo imposible, fácil lo difícil, llevadero lo que nos parece arduo. Pero ello requiere que seamos ovejas dóciles, ejemplares y activas; y no hay otro camino que seguir los pasos y las huellas de Jesús.
De ahí la necesidad de conocerle a fondo, para a fondo imitarle.
Monseñor Francisco Ohisma, en un libro de cuentos, nos relata que un afamado actor estaba recitando, ante un público selecto, textos de Shakespeare. Un sacerdote, con tono tímido, preguntó al actor si conocía el Salmo 22: «El Señor es mi Pastor, nada me falta». «Si, lo conozco y estoy dispuesto a recitarlo con una condición: que después, también lo recite usted». El sacerdote aceptó la propuesta. El actor realizó una bellísima interpretación, con una dicción perfecta. El público aplaudió a rabiar. Lo recitó después el sacerdote y, al terminar, no hubo aplausos, sino silencio y lágrimas emocionadas. El actor reflexionó y se dirigió al público: «Señoras y señores, entiendo perfectamente lo que ha sucedido esta noche. Yo conocía el salmo, pero este hombre conoce al Pastor».
Y yo lanzo la pregunta: ¿Nos atreveríamos a recitar en público el Salmo 22?
Pedro Mari Zalbide