Homilía – Sábado VII de Tiempo Ordinario

­El evangelio de hoy comienza con un conflicto entre Jesús y sus discípulos a causa de la gente, -del pueblo fiel- que se acercaba a Jesús con los niños para que el Señor los tocara.

Como suele pasar en otros lugares del Evangelio, surge un conflicto de Jesús – no con la gente-, con sus discípulos, que no comprenden la actitud de la gente y la actitud de Jesús.

La actitud de Jesús, de simpatía y apertura a los niños, es una de las características de su apostolado. El reino de Dios, no se gana por mérito y no tiene herederos forzosos. El reino de Dios es don y regalo del mismo Dios y hay que recibirlo con agradecimiento y humildad, como reciben los niños los regalos de sus papás.

Los apóstoles, -que hacían poco caso de los niños, como era la costumbre de aquel tiempo-, quieren impedir que los niños se acerquen a Jesús.

Jesús, se pone firme y los reprende. Dejad que los niños se acerquen, porque de los que son como niños es el Reino de Dios.

El reino de Dios es de los que se hacen como niños y hay que recibir el reino de Dios como un niño, para poder entrar en él.

Hacerse como niños…, es una actitud que tenemos que conservar toda la vida.

Mostrarnos ante Dios como niños.

Sólo así Él nos puede atender, y dar de comer como un padre a un hijo.

Un niño es un ser desvalido que necesita cuidados de sus padres, y por más que crezcamos en edad, siempre conservamos algo de niños, porque hasta el más poderoso es desvalido siempre ante Dios y muchas veces también ante los hombres.

Sobre todo en la vejez o en la enfermedad, necesitamos de los hermanos, como un niño necesita de su madre y padre.

Esa parte de niño, no se pierde con las canas, porque no sólo nos gusta ser atendidos sino que además este gusto es signo de una necesidad.

En realidad, necesitamos ser atendidos por Dios.

No experimentar esta necesidad, es ser autosuficientes y siendo autosuficientes, no entraremos en el Reino. La niñez, es el paraíso perdido de la sencillez espiritual.

Y este camino de la infancia espiritual, es el camino por el que llegamos a Dios.

Pero, ¿cómo se aprende a ser niño cuando uno es grande y sólo le queda la nostalgia de la niñez?

Sólo hay un camino: convivir con los niños, atenderlos, hacerlos felices, no para evangelizarlos, sino para ser evangelizados por ellos, y…, no con palabras, sino por el contagio de su actitud frente a la vida.

Los cristianos de hoy solemos ser demasiado complicados y confiamos demasiado en técnicas y estructuras, cuando deberíamos ser como niños pequeños ante Dios, y confiar más en el poder del Espíritu.

A los niños en tiempos de Jesús se los tenía por nada, eran insignificantes.

Y este ser tenido por nada, nos dice el Señor que es la mejor entrada al reino de los cielos.

Inocencia y limpieza de corazón, humildad y sencillez, son actitudes de los niños que necesitamos para ser verdaderos seguidores del Señor.

Pidámosle hoy a María, nuestra madre, maestra y modelo, que nos tome de la mano y nos enseñe a ser niños ante Dios.