Algunos vacilaban

Puede parecer algo tangencial en esta fiesta de la Trinidad, pero queremos subrayar un detalle que puede nutrir nuestra fe durante estos días: dice el texto que, al hacerse presente Jesús en el monte de Galilea ante sus discípulos, SE POSTRARON, PERO ALGUNOS VACILABAN.

La fe en general y en particular la fe en la resurrección están amasadas en la duda. La duda siempre acompaña al que cree. Y si no está presente, malo: una fe sin fisuras, sin el temblor de la duda, es una fe peligrosa, amenazada de fanatismo. La “sana doctrina”, a la que apelan los más conservadores, puede ser un sistema de creencias compacto alejado del evangelio.

Cualquiera de nosotros sentimos la duda en las cuestiones de la fe. Porque «Tenemos la inestimable memoria de Jesús, la presencia activa de su espíritu, la compañía de una gran iglesia de hermanas y hermanos, pero ello no nos exime de la duda, la búsqueda, el diálogo. Somos caminantes» (J. Arregi). Seguir creyendo a pesar de los asaltos de las dudas es síntoma de una fe de calidad. No hay que temer a las dudas, sino al desaliento y al miedo.

¿Cómo seguir siendo cristianos a pesar de que, a veces, nos acompañen las dudas?

  • Dudar no es signo de una fe débil:los grandes creyentes, el mismo Jesús, se han visto asaltados por las dudas. A veces el camino se oscurece y el sol deja de brillar. Es la hora de la dificultad. Seguir adherido a Jesús muestra la verdad del que cree.
  • Dudar nos lleva a creer con humildad:porque, como lo muestra aquella parábola del fariseo y el publicano, el orgullo se puede colar en el corazón del creyente. Y donde hay orgullo no hay cercanía a Jesús.
  • Dudar nos empuja a confiar en Jesús:a decirle que creemos, pero que aumente nuestra fe, a pedirle que nos de aquella fe pequeña como grano de mostaza pero capaz que trasladar montañas, la montaña de que nuestros días nunca estén alejados de Jesús.

Atribuyen a Santo Tomás de Aquino aquella frase de: “Temo al hombre de un solo libro” porque quien se aferra a una sola perspectiva de vida puede que sea un iluminado, un fundamentalista. Lo mismo se podría decir de los cristianos: “Temo al creyente que nunca duda,  porque puede que su fe sea rutinaria o falsamente sólida, cuando no opresora. Dudar un poco es, en la vida y en la fe, algo saludable.

Pero, por otra parte, el Papa Francisco nos hace una advertencia que hemos de considerar. Dice en EG 129: “Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia”. No vale tampoco instalarse en la duda. Si queremos elegir la vida habrá que decidirse a actuar, a seguir adelante. Con el ánimo de Jesús.

Fidel Aizpurúa

No se trata de completar un puzzle

1.- Cada uno cuenta de la feria según la va. Y yo digo que, poco después de lo que yo considera mi conversión, allá por 1990, unos momentos densos de meditación sobre la Santísima Trinidad se terminaron con una idea –creo que inspirada de fuera de mí—sobre que para Dios era todo posible y que la posibilidad de la existencia de un Dios Trino y Único no tenía dificultad alguna. Y me llené de paz. No se, ciertamente, si es la expresión de los que se llama la “fe del carbonero” –que por cierto no me gusta—o, simplemente, que al pensar en la grandeza infinita de Dios todo se hace posible. 

Luego pasó el tiempo y se me ocurrió que la imagen podría ser como la de un artilugio espacial –esto ya lo he escrito otras veces e, incluso se lo comuniqué al Padre Leoz—que tiene una nave principal y luego un módulo que es el que aterriza en el planeta elegido y, por supuesto, un canal de comunicaciones que une a todo el conglomerado. La nave principal es Dios Padre, el modulo de aterrizaje es Dios Hijo y el canal de comunicaciones – el sistema de unión entre todos—es Dios Espíritu Santo. Así se podría entender mejor. Pero tanto da. El poder infinito de Dios hace posible que el Único sea Trino y el Trino, Único. E, incluso, me parece excesiva la preocupación multisecular del género humano para descubrir las claves de esa realidad divina. 

Pero siguió pasando el tiempo y encontré cuestiones más hondas y más bellas. Nuestro Dios no es un Dios solitario y lejano. Dios es amor y el amor le hace no estar solo para poderlo ejercitar íntimamente. Me gusta el concepto de Dios-Familia. Me gusta la idea de que sea el Espíritu –el canal de comunicaciones—quien trasmita y da paso al amor en todas las frecuencias posibles.

Yo, a mi modo, había resuelto el problema. Y me parece muy bien. Pero creo que hay un concepto más general, más totalizador e, incluso, más duro. Y que no es otro que si creemos en Dios o no creemos. A partir de creer en Dios todo es mucho más fácil. Todo es posible.

2.- El Domingo de la Trinidad es el primero del Tiempo Ordinario. Volvemos a ese camino largo y precioso en la meditación sinóptica sobre la vida de Jesús alcanza una estable velocidad de crucero. Y es posible que, tras unas celebraciones tan “enormes”, como las que hemos vivido en la Semana Santa, en la Pascua, hemos de pasar el fielato –la frontera—hacia el tiempo ordinario, especialmente inspirados. Y las festividades, de la Trinidad, de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, o el Corpus Christi nos ayudas a ello. La liturgia es muy sabia y nos ayuda mucho a seguir caminando por la realidad de nuestra fe. Es como un curso permanente que nos va preparando para vivir con Jesús y para seguir su enseñanza. La misa es la gran oración y de la Iglesia y si fuéramos capaces de vivirla con toda la intensidad de sus contenidos, tal vez no necesitáramos de más devociones. Es cierto, de todos modos, que hay muchas personas que preparan previamente la celebración de la Eucaristía y, luego, siguen meditando en lo que han oído y vivido. Y les va bien. Pero, bueno, cada uno construye la realidad de su cercanía como mejor la parece, o mejor le resulta, todos los caminos llevan a Roma y todas las fórmulas de oración conducen a Dios.

3.- La fiesta que hoy conmemoramos, la de la Santísima Trinidad, es de devoción antigua, desde el siglo X. La fiesta como tal comenzó a figurar en el calendario romano en 1331, aunque la fórmula trinitaria de “en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” está presente desde los albores del cristianismo. Es el Evangelio de Juan que se ha proclamado hoy donde Jesús les encarga que vayan a todos los pueblos a hacer discípulos, bautizándolos en nombre “en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y dentro de la devoción por la Trinidad aparece la Iglesia hispánica del siglo, que con los concilios de Toledo expresan esa realidad. Hoy todavía en nuestra liturgia prevalecen frases de aquellos tiempos y de aquellos concilios.

4.- La mejor forma de abrirse a la reflexión sobre la Trinidad es no buscar, sino esperar. No se trata de completar un puzzle sobre esta cuestión, se trata de entender que nuestro Dios no es solitario y que vive en Familia. El amor está siempre presente en esa relación familiar entre el Padre, e Hijo y el Espíritu Santo y desde ese amor –que vive en nosotros por la gracia del Espíritu Santo, todo se puede alcanzar. Es otra gran jornada en la que liturgia nos sugiere sobre todo ese amor que da fuerza para seguir viviendo en sintonía total con Dios y con los hermanos.

Ángel Gómez Escorial

Lectio Divina – Sábado VII de Tiempo Ordinario

LECTIO 

Primera lectura: Santiago 5,13-20

Queridos: 13 Si alguno de vosotros sufre, que ore; si está alegre, que entone himnos. 14 Si alguno de vosotros cae enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia para que oren sobre él y lo unjan con óleo en nombre del Señor. 15 La oración hecha con fe salvará al enfermo; el Señor le restablecerá y le serán perdonados los pecados que hubiera cometido. 16 Reconoced, pues, mutuamente vuestros pecados y orad unos por otros para que sanéis. Mucho puede la oración insistente del justo. 17 Elías, que era un hombre de nuestra misma condición, oró fervorosamente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses; 18 oró de nuevo, y el cielo dio la lluvia y la tierra produjo su fruto.

19 Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo convierte, 20 sepa que el que convierte a un pecador de su extravío se salvará de la muerte y obtendrá el perdón de muchos pecados.

La perícopa de hoy constituye la conclusión de la Carta de Santiago. No contiene los acostumbrados saludos, como las cartas paulinas, y esto ha planteado siempre el problema del género literario de la obra; el pensamiento final es grandioso, aunque no se presenta como conclusivo. El autor, que tiene siempre presente el retorno escatológico del Señor (cf. 5,7-9), continúa exhortando sobre aspectos concretos de la vida común. El tema que une estos últimos versículos es la oración. Santiago sostiene que no hay situación de nuestra vida que no pueda ir acompañada de la oración; en toda ocasión -sea alegre o triste-, podemos ponernos delante de Dios para elevarle gritos de súplica o cantos de alabanza y agradecimiento (v 13).

Descendiendo, después, al plano particular, toma en consideración en el v. 14 la enfermedad y exhorta a los que se encuentren en ese estado de postración y debilidad a no quedarse solos, sino a dirigirse a Dios y a los hermanos para recibir la fuerza necesaria. Los responsables de la comunidad, llamados a realizar plegarias y gestos concretos con la autoridad del Señor, son ejemplo de una práctica usada en la Iglesia primitiva. De esa práctica ha tomado la tradición cristiana, a continuación, el sacramento de la unción de los enfermos. La intervención de Dios, invocado confiadamente en la oración común, afecta al hombre en su totalidad (cuerpo y espíritu), lo vuelve a levantar de la enfermedad y también del pecado (v 15). Santiago usa en este caso el mismo verbo de la resurrección de Cristo para subrayar que el Señor hace partícipe de su misma vida a quien se confía a él.

En los versículos finales (vv. 16-20) se retoman los temas ya indicados: remisión de los pecados, oración, curación. Señalemos la insistencia en el compartir, a la que se añaden asimismo otras actitudes, como la atención al otro, la reciprocidad, la corrección fraterna. Son todos ellos gestos indispensables para un camino comunitario que se convierte en camino de salvación para todos.


Evangelio: Marcos 10,13-16

En aquel tiempo, 13 llevaron unos niños a Jesús para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. 14 Jesús, al verlo, se indignó y les dijo:

– Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios. 155 Os aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en él.

16 Y tomándolos en brazos, los bendecía, imponiéndoles las manos.

El pasaje recuerda el episodio narrado antes por el mismo Marcos (cf. 9,36ss). Con estos gestos simbólicos fija Jesús la atención en algunas de las enseñanzas más radicales de todo el Evangelio, dirigidas a los que han decidido seguirle hasta Jerusalén.

El cuadro que se presenta ante nuestros ojos es muy sencillo: llevan a Jesús algunos niños para que los bendiga (v. 13a). En una primera lectura sorprende que un hecho aparentemente normal engendre contrariedad entre los discípulos y una decidida toma de posición por parte de Jesús (vv. 13b-14a). Todo ello sirve para orientar la atención hacia el punto más central de todo este pasaje evangélico (v. 14b): sólo quienes se confían ciegamente a Dios acogen la Buena Nueva del Reino.

Jesús pone a los niños como ejemplo no por su inocencia o sencillez, sino por su total dependencia y disponibilidad; son pequeños y pobres, carecen de seguridades para defender, de privilegios para reclamar, lo esperan todo de sus padres. Así deben ser los que se pongan detrás de Cristo para seguirle (v. 15); el Reino no es una conquista personal, sino un don gratuito de Dios Padre que hemos de alcanzar sin pretensiones.

En el marco cultural de Palestina, ni los niños pequeños ni las mujeres tenían valor; eran personas con las que no se perdía el tiempo. Esta mentalidad estaba también, probablemente, difundida entre los discípulos, pero Jesús se opone a ella. Con el gesto de cogerlos en brazos (v. 16) parece querer eliminar el Señor toda distancia, y con su misma vida se convierte en modelo de esta actitud de infancia espiritual: la ternura con la que se dirige al Padre llamándolo «Abbá», la total sumisión a su voluntad, el abandono en sus manos (cf. Mc 14,36; Lc 24,46).


MEDITATIO

El Reino de Dios es como el abrazo de Jesús (c f. Mc 10,16), es Cristo mismo, el Hijo que nos permite ser hijos del Padre y hermanos entre nosotros. Es reino de libertad, justicia, acogida, paz, bendición, comunión…, todo lo que vemos en ese abrazo y necesita y anhela nuestro corazón. El Reino de Dios es una realidad que ya está presente en medio de nosotros, que tiene que ser acogida en la fe como si fuéramos niños, sin pensar en construirla con nuestras capacidades. El reino está aquí, pero ¿dónde están los niños?

¿Dónde están esos pequeños dispuestos a dejarse amar con un amor auténtico? ¿Acaso nos hemos convertido en adultos autosuficientes? ¿Acaso nos hemos construido un «reino» a nuestra medida con nuestras propias manos?

La Palabra de Dios nos interroga; dejemos que resuene en nosotros: «De los que son como ellos es el Reino de Dios» (Mc 10,14), y aún: «Está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15), o bien: «El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios» (Jn 3,3). Se trata de una palabra que nos pone al desnudo, que desenmascara los miedos recubiertos por el orgullo, pero no nos deja solos y desorientados en medio de un camino. Cristo se entrega a nosotros, adultos renacidos como niños, para hacernos sentir su presencia: vida verdadera que acoge y vuelve a levantar nuestra vida y cura nuestro corazón.

Cristo está presente y nos indica un camino concreto de liberación a fin de que lo emprendamos personalmente para volver a encontrarnos entre sus brazos junto con muchos otros hermanos, pobres pecadores como nosotros, aunque confiadamente abandonados en ese abrazo.


ORATIO

Señor, renacidos del agua y del Espíritu, nos encontramos en el abrazo de tu Iglesia. Este que hemos recibido es un gran don, ayúdanos a custodiarlo sin apropiarnos de él.

Concédenos poder dirigirnos a ti en todas las situaciones para saborear tu presencia: tanto en la sonrisa como en el llanto, tanto en el estupor como en el desconcierto, tanto en la soledad como en la compañía. Tú eres nuestro único refugio: custódianos entre tus brazos y gozaremos de tu paz. Y si llega a suceder que crecemos en nuestras falsas seguridades y nos alejamos de la verdad, ayúdanos a renacer de nuevo reconociéndonos menesterosos de tu misericordia y de la comunión contigo y con nuestros hermanos.


CONTEMPLATIO

A Jesús le complace mostrarme el único camino que conduce a la hoguera divina, a saber: el abandono del niño que se adormece sin miedo entre los brazos de su Padre. «El que sea pequeño que venga acá» (Prov 9,4), ha dicho el Espíritu Santo por boca de Salomón, y este mismo Espíritu de amor ha dicho aún que «es a los pequeños a quienes se concede la misericordia» (Sab 6,7).

¡Ah!, si todas las almas endebles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña entre ellas, el alma de su Teresa, ninguna desesperaría de llegar a la cumbre de la montaña de amor, puesto que Jesús no pide grandes acciones, sino sólo el abandono y el reconocimiento. ¡Ah!, lo siento más que nunca, Jesús está sediento, no encuentra sino ingratos e indiferentes entre los discípulos del mundo, e incluso entre sus mismos discípulos encuentra pocos corazones que se abandonen a él sin reservas y comprendan la ternura de su amor infinito (Teresa del Niño Jesús, Gli scritti, Roma 1970, 230ss [edición española: Obras completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1997]).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Si alguno de vosotros sufre, que ore; si está alegre, que entone himnos» (Sant 5,13).

Lectura espiritual – Sábado VII de Tiempo Ordinario

EFECTOS ATRIBUIDOS AL ESPÍRITU SANTO CON RELACIÓN A LAS DÁDIVAS QUE DIOS NOS DA

I. El Espíritu Santo es quien revela los misterios secretos. En efecto; es propio de la amistad revelar sus secretos al amigo. La amistad es una fusión de sentimientos; ella hace, por decirlo así, un solo corazón de dos corazones, y parece que no sacáramos del corazón lo que revelamos al amigo. Por eso dice el Señor a los discípulos: No os llamaré ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; mas a vosotros os he llamado amigos, porque os he hecho conocer todas las cosas que he oído de mi Padre (Jn 15, 15). Si, pues, por el Espíritu Santo somos constituidos amigos de Dios, convenientemente se dice que los misterios divinos son revelados a los hombres por el Espíritu Santo. Por eso dice el Apóstol: Está escrito: Que ojo no vio, ni oreja oyó, ni en corazón de hombre subió lo que preparó Dios para aquéllos que le aman; mas Dios nos lo reveló a nosotros por su Espíritu (1 Cor 2, 9-10).

II. Por el Espíritu Santo expresamos los misterios divinos. El hombre habla de lo que conoce; y es justo que por el Espíritu Santo el hombre hable de los misterios divinos, según aquello del Apóstol: En espíritu habla misterios (1 Cor 14, 2), y San Mateo dice: No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros (10, 20). Por eso se dice en el símbolo acerca del Espíritu Santo: que habló por los profetas.

III. El Espíritu Santo es quien nos comunica los bienes divinos. No sólo es propio de la amistad revelar al amigo sus secretos, a causa de la unión de los corazones, sino que esa unión exige también que todo lo que el amigo posee, lo comunique a su amigo. En efecto, el hombre considera al amigo como otro yo, y es menester, por consiguiente, que le ayude como a sí mismo, dándole participación en sus cosas. Por eso es propio del amigo hacer bien al amigo, según aquello de San Juan: El que tuviere riquezas de este mundo, y viere a un hermano tener necesidad, y le cerrare sus entrañas, ¿cómo está la caridad de Dios en él? (1 Jn 3, 17).

Esto sucede sobre todo con Dios, cuyo querer es eficaz en cuanto al efecto. Por eso se dice muy bien que todos los dones de Dios se nos dan por el Espíritu Santo, como afirma San Pablo: A uno por el Espíritu Santo es dada palabra de sabiduría; a otro, de ciencia según el mismo Espíritu, y después de enumerar muchas otras cosas añade: Mas todas estas cosas obra solo uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno como quiere (1 Cor 12, 8-11).

(Contra Gentiles, lib. IV, cap. 21)

Cristo es cabeza de la Iglesia, mas el Espíritu Santo es el corazón. La cabeza tiene una superioridad manifiesta sobre los demás miembros exteriores; pero el corazón tiene cierta influencia oculta; por eso es comparado al corazón el Espíritu Santo, que vivifica y une invisiblemente a la Iglesia; y el mismo Cristo es comparado a la cabeza por razón de su naturaleza visible, según la cual como hombre tiene la preferencia sobre todos los hombres.

(3ª p., q. VIII, a. I, ad 3um )

Meditaciones de Santo Tomás de Aquino. Fr. Z. MÉZARD OP

El Secreto de Dios

–Como los pies de los paseantes, que al borde la playa, son acariciados una y otra vez por las olas del mar.

–Como los rostros de los montañeros que, en su ascensión a las cumbres, son lisonjeados por el sol desparramado en millones de rayos solares

–Como los peregrinos que, en su peregrinar, son zarandeados por la presencia de las ráfagas del viento…..así es el amor trinitario: un Dios que se desborda. 

–Un Dios que se acerca al hombre sin perder su naturaleza pero como Padre, Hijo y Espíritu.

1.- La vida de la humanidad, es distinta desde que Dios se encarnó. Desde entonces, los pasos del hombre, han sido seguidos muy de cerca por un Dios que, siendo desconocido, adquiere la hechura de hombre para que entendamos que –su objetivo- no es otro que recuperarnos y rescatarnos definitivamente.

La Santísima Trinidad, más que Misterio –que lo es- es una llamada a reconocer al Dios que nos salva. A caer en la cuenta de un mal endémico que nos asola: hablamos muy poco de Dios y, cuando lo hacemos, lo manifestamos tímidamente ¿Dónde hemos dejado a Dios? Estamos en un momento muy apropiado para recuperar espacios para un Dios que, lejos de encerrarse en sí mismo, nos mostró un camino –el de la Encarnación- para encontrarle y para hacerse el encontradizo con nosotros. Flaco favor haríamos a nuestra fe, a nuestra vida cristiana, si la presencia trinitaria la dejásemos envuelta en un gran Misterio pero sin relevancia social, deportiva, económica, política, eclesial o familiar.

–Felicito, a esos deportistas, que cuando saltan al terreno de juego, miran hacia el cielo y se santiguan. Significa, entre otras cosas, que en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu, esperan llegar con éxito al final del encuentro.

–Felicito a esas familias, que cuando se trasladan o adquieren una nueva vivienda, recurren a la presencia del sacerdote para que, con el agua bendita, se haga presente la gloria de la Trinidad que sostiene el amor y la fidelidad en el matrimonio.

–Felicito a esas personas que, al salir de casa, tomar un avión, montarse en un coche o trasladarse en un tren, rezan y hacen la señal de la cruz. Porque, en definitiva, creen y esperan que el amor de Dios, que está presente en el Hijo y en el Espíritu, será garantía de un futuro o de un viaje feliz.

2.- Sí, amigos. Desde el día de nuestro bautismo fuimos marcados con el “sello” de la Santísima Trinidad. Y, precisamente por ello, porque somos sellos de la Santísima Trinidad hemos de estampar con palabras y con obras, en gestos y con la vida, lo que sentimos, creemos y profesamos: DIOS ES AMOR, DIOS ES FAMILIA, DIOS ES TRES EN UNO.

Nunca podremos acceder a ese secreto íntimo, lo más interno de Dios, que es la Santísima Trinidad. Pero, si que es verdad, que hay rasgos que nos hacen deducir como es la vida de esa familia, cómo viven dentro, desde dónde, por qué y para qué: la vida de la Trinidad es una vida de comunión, en el amor y desde el amor, por y para la humanidad.

Un día, Dios, quiso aventurarse y –abriendo una ventana del cielo- quiso hacerse hombre. Otro buen día, el Padre –descendiendo en llamas de fuego- se hizo Espíritu, soplo que anima nuestra vida cristiana, que nos lleva a conocerle más y mejor, a amarle con todas nuestras capacidades y desarrollo de nuestros talentos.

La Santísima Trinidad, su UNIDAD indivisa, es una gran lección para este mundo nuestro; para nuestras sociedades, familias, parroquias, diócesis, pueblos o ciudades… empeñados en ser tan diferentes, los unos de los otros, que olvidamos que la comunión es un factor integrador y que nos lleva a la felicidad. ¡Ese es el secreto de la Santísima Trinidad! ¡Amor de Dios!

 

3.- ESTÁS AQUÍ, SEÑOR

No te vemos pero, en Belén,
te hiciste hombre, te dejaste tocar,
adorar, amar y ofrendar.
No te escuchamos, pero en el Espíritu
tu voz habla con fuerza.
Fuiste, Cristo, la última palabra
que pronunciaste, la que se mantiene viva
perenne con el transcurso
de los años y de los siglos.
No te alcanzamos con la mano
pero en la Eucaristía vives y nos fortaleces
nos haces sentir tu cercanía y tu compromiso
tu poder y tu auxilio, tu Gracia y tu bondad.
ESTÁS AQUÍ, SEÑOR
Que no te dejemos más allá del sol y de la luna
pues bien sabemos, oh Dios,
Que eres sol de justicia
cuando te buscamos en las luchas de cada día
o te defendemos en los más necesitados
Cuando te anhelamos
en un mundo que necesita ser mejor
o te descubrimos en la común unión con los otros.
ESTÁS AQUÍ, SEÑOR
Tu secreto, un secreto a voces,
es el amor del Padre, con el Hijo y en el Espíritu.
Una familia que, estando sentada en el cielo,
camina con los pies de Cristo en la tierra.
Una conversación que, dándose en el cielo,
se escucha con nitidez a través del Espíritu Santo
Una mesa que, asentándose en el cielo,
se prolonga en la casa de todos aquellos
que cantan, creen, viven y se asombran
ante el Misterio Trinitario.
ESTÁS AQUÍ, SEÑOR
En el amor que se comparte
En la libertad que nos hace libres
En los lazos que unen
En el despliegue de ternura y de comprensión
En la personalidad de cada uno
En el afán de buscar puentes y no divisiones
ESTÁS AQUÍ, SEÑOR

Javier Leoz

Comentario – Sábado VII de Tiempo Ordinario

COMO UN NIÑO 

Santiago 5, 13-20. Para terminar su carta, el autor hace una última exhortación a la oración. Primero inculca la oración personal: el cristiano ha de orar en todas las circunstancias.

Pero trata también de la oración comunitaria. Si un cristiano se encuentra enfermo, puede llamar a los «presbíteros» de la comunidad local, que orarán y le ungirán con óleo «en el nombre del Señor». La fórmula recuerda la del bautismo y manifiesta la fe de la Iglesia en el poder de su Señor. El horizonte es claramente escatológico, como lo indican los verbos utilizados, «salvar» y «levantar» (=resucitar). La curación obtenida es corporal y espiritual al mismo tiempo, y la eficacia de la oración del justo es fundamentada en el ejemplo de Elías.

El salmo 140 es otra endecha. Las demandas de ayuda están mezcladas con las palabras que denotan confianza en Dios. El versículo 2 alude a una ofrenda vegetal que era quemada en obsequio a Yahvé.

Marcos 10, 13-16. Para entender la intención del evangelista, hay que leer también este episodio teniendo como telón de fondo los anuncios de la Pasión. Jesús sube a Jerusalén. Allí le aguardan sus adversarios, pero lo único que él quiere es dar ya cima al cumplimiento de la voluntad de Dios. Jesús nunca reivindicó el Reino; lo recibirá de manos de su Padre. Como un hijo.

El servicio a los más pobres, la indisolubilidad del matrimonio, el desprendimiento de las riquezas, ésta es la ética del Reino, exigente e incluso imposible de realizar para el hombre, máxime si éste olvida que esa moral se inscribe en la perspectiva de la Buena Noticia. No cabe duda de que en el camino que conduce al Reino abundan los obstáculos, pero el discípulo ha de saber que Jesús venció al mundo con su disponibilidad. Es necesario recibir de Dios la gracia de la salvación; es preciso recibir el Espíritu, que hace que el hombre respire al ritmo de Dios.

Abandonados a sí mismos, los niños no son nada; necesitan recibirlo todo de alguien. Por eso Jesús hace de ellos símbolos vivientes de la acogida. Les impone las manos, y así les da el Reino. Como también se lo da a los que se parecen a ellos.

En el fondo, y a pesar del estilo de anécdota del pasaje, lo que aquí presenta Jesús es la condición de admisión al Reino de Dios. Lo que ocupa el centro de este perícopa no es tanto la actitud de Jesús ante los niños cuanto la siguiente pregunta: ¿cómo puede el hombre tener parte en el Reino?

«De los que son como ellos es el Reino de Dios». No nos engañemos: Lo que aquí se propone como modelo no es lo que los niños piensan ni su manera de sentir las cosas, sino más bien la situación de dichos niños, su condición y el lugar que se les concede. Hoy el niño es el rey, y esto lo saben perfectamente los publicistas, que tratan de valerse del niño para imponer a los padres los productos de consumo. La infancia ha adquirido el rango de una edad de la vida con sus valores propios, su literatura y su moda. El niño, hoy, «cuenta»… ¿En cuántos hogares no es el niño un auténtico tirano? Pero en el mundo antiguo, por el contrario, la infancia era sinónimo de ineptitud, de incompleción.

Sorprendente anuncio: se da el Reino de Dios a los ineptos y a los que nadie considera. El Reino no se halla al final de una difícil búsqueda, a cuyo término el hombre recibiría la recompensa a sus esfuerzos; el Reino es para los que no tienen derecho alguno. El niño tiene ante sí todo el futuro; el

Reino es para quienes dejan que la novedad transforme su vida. El niño repite una y otra vez: «cuando yo sea mayor…»; el Reino es para quienes interiorizan y hacen profundamente suyo el deseo de ser el hombre nuevo de la promesa.

«Si alguien quiere venir en pos de mí…» Jesús sube a Jerusalén. Ya es como el niño: «sin apariencia ni aspecto que se pueda estimar» (Isaías). Ha repetido incansablemente el mismo anuncio, como el niño que siempre vuelve al mismo tema. Y como un niño, se ha creído su propia historia. Hasta el final. Hasta la cruz.

— ¡Maravillosas manos de niño,
siempre dispuestas a recibir!
¿Y qué hacen nuestras manos?
Tú que nos quieres semejantes a los niños,

danos, Señor, un corazón nuevo.

—¡Maravillosos ojos de niño,
siempre dispuestos a asombrarse!
¿Y qué miran nuestros ojos?
Tú que nos quieres semejantes a los niños,
danos, Señor, un corazón nuevo.

—¡Maravilloso corazón de niño,
siempre dispuesto a amar!
¿Y por qué se apasiona nuestro corazón?
Tú que nos quieres semejantes a los niños,
danos. Señor, un corazón nuevo.

Dios y Padre de los hombres,
que ocultaste toda la promesa del mundo
en la fragilidad de un niño
tu Hijo Jesús, nuestro Salvador,
concédenos participar en su herencia:
haz que recibamos de tus manos
el Reino preparado para los pobres.

Marcel Bastin
Dios cada día 3 – Tiempo Ordinario

Homilía – Sábado VII de Tiempo Ordinario

Llamado a la oración

La expresión que más se repite en la primera lectura de hoy es: «¡Oren!» Estamos ante un texto que nos invita a orar, un texto que toma en serio el lugar de la oración en nuestra vida diaria, es decir, allí donde suceden las enfermedades, las alegrías, los pecados, las curaciones.

Tomar en serio la oración no es un asunto de gustos. No se trata de si eres una persona que le «gusta» orar, más o menos como uno suele pensar de la gente que es devota. Nosotros oramos porque nuestra vida llega a múltiples circunstancias en que la única puerta abierta es la que mira al cielo. Un cristiano es alguien que sabe dos cosas: que su vida es incompleta y que sólo puede completarse en Dios.

Pero el cristiano no está solo. Él no se predicó a sí mismo para convertirse a sí mismo. Por eso sabe que su fe ha brotado de la fe de otros. Sabe que su fe y su oración son un árbol de vida que hunde sus ramas en los que han llegado antes a la vida que no muere. Por eso el recurso a los presbíteros (literalmente: los ancianos, los mayores) es recurso a la fuente. El que recibe la unción de los enfermos de manos del sacerdote está simplemente reconociendo de un modo público y real que su fe nunca fue un invento suyo sino que siempre es un don que viene de la comunidad creyente.

«Dejad que vengan a mí»

Cuando miramos a los apóstoles en su improvisada tarea de niñeros exasperados la escena resulta cómica ante nuestros ojos. Menos gracioso es pensar todo lo que el mundo, nuestro mundo contemporáneo, hace para que los niños NO se acerquen a Jesús. Y por eso, como mensajeros de la santa indignación que sufrió Nuestro Señor en aquel momento, es deber nuestro hacer todo para que el deseo de su corazón se cumpla y los niños le puedan conocer, y recibir su abrazo y su bendición.

Para que los niños NO se acerquen a Jesús el mundo intenta borrar toda frontera entre el bien y el mal, de modo que la palabra «pecado» nunca aparezca, la noción de culpa no exista y el único motor de la vida sean los propios intereses, gustos o beneficios personales. Un niño así malformado en su alma jamás descubrirá su propia responsabilidad ante Dios y ante los hermanos, y por consiguiente jamás sentirá que necesita de la gracia divina para alcanzar su genuino y pleno ser. Como nos ha enseñado el Papa Juan Pablo II: desaparecida la noción de pecado, desaparece la noción de la gracia.

Para que los niños NO se acerquen a Jesús nuestro mundo los vuelve supersensibles a sus placeres y super insensibles al dolor del prójimo. Obsesionados por sus demandas de disfrute sin límites no tienen ojos para aquellos a quienes Jesucristo dedicó lo mejor de su tiempo, su amor y sus fuerzas.

Pero lo más importante de lo que venimos diciendo es que semejante estado de cosas NO es definitivo ni estamos condenados simplemente a ver desmoronarse primero la niñez y luego la juventud. El mismo Jesús que con su amor se abrió paso hasta abrazar y bendecir los niños, está vivo y actuante entre nosotros. Su mismo celo por la gloria de Dios y por la salvación de los hombres hará maravillas en todos los que nos pongamos a su servicio y nos dejemos cobijar en su corazón.

Fr. Nelson Medina, OP

Homilía – Sábado VII de Tiempo Ordinario

­El evangelio de hoy comienza con un conflicto entre Jesús y sus discípulos a causa de la gente, -del pueblo fiel- que se acercaba a Jesús con los niños para que el Señor los tocara.

Como suele pasar en otros lugares del Evangelio, surge un conflicto de Jesús – no con la gente-, con sus discípulos, que no comprenden la actitud de la gente y la actitud de Jesús.

La actitud de Jesús, de simpatía y apertura a los niños, es una de las características de su apostolado. El reino de Dios, no se gana por mérito y no tiene herederos forzosos. El reino de Dios es don y regalo del mismo Dios y hay que recibirlo con agradecimiento y humildad, como reciben los niños los regalos de sus papás.

Los apóstoles, -que hacían poco caso de los niños, como era la costumbre de aquel tiempo-, quieren impedir que los niños se acerquen a Jesús.

Jesús, se pone firme y los reprende. Dejad que los niños se acerquen, porque de los que son como niños es el Reino de Dios.

El reino de Dios es de los que se hacen como niños y hay que recibir el reino de Dios como un niño, para poder entrar en él.

Hacerse como niños…, es una actitud que tenemos que conservar toda la vida.

Mostrarnos ante Dios como niños.

Sólo así Él nos puede atender, y dar de comer como un padre a un hijo.

Un niño es un ser desvalido que necesita cuidados de sus padres, y por más que crezcamos en edad, siempre conservamos algo de niños, porque hasta el más poderoso es desvalido siempre ante Dios y muchas veces también ante los hombres.

Sobre todo en la vejez o en la enfermedad, necesitamos de los hermanos, como un niño necesita de su madre y padre.

Esa parte de niño, no se pierde con las canas, porque no sólo nos gusta ser atendidos sino que además este gusto es signo de una necesidad.

En realidad, necesitamos ser atendidos por Dios.

No experimentar esta necesidad, es ser autosuficientes y siendo autosuficientes, no entraremos en el Reino. La niñez, es el paraíso perdido de la sencillez espiritual.

Y este camino de la infancia espiritual, es el camino por el que llegamos a Dios.

Pero, ¿cómo se aprende a ser niño cuando uno es grande y sólo le queda la nostalgia de la niñez?

Sólo hay un camino: convivir con los niños, atenderlos, hacerlos felices, no para evangelizarlos, sino para ser evangelizados por ellos, y…, no con palabras, sino por el contagio de su actitud frente a la vida.

Los cristianos de hoy solemos ser demasiado complicados y confiamos demasiado en técnicas y estructuras, cuando deberíamos ser como niños pequeños ante Dios, y confiar más en el poder del Espíritu.

A los niños en tiempos de Jesús se los tenía por nada, eran insignificantes.

Y este ser tenido por nada, nos dice el Señor que es la mejor entrada al reino de los cielos.

Inocencia y limpieza de corazón, humildad y sencillez, son actitudes de los niños que necesitamos para ser verdaderos seguidores del Señor.

Pidámosle hoy a María, nuestra madre, maestra y modelo, que nos tome de la mano y nos enseñe a ser niños ante Dios.

Remozar las virtudes teologales

1.- Coherederos con Cristo.- «Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios» (Rm 8, 14). La filiación divina es, sin duda, el don más excelso que Cristo nos ha conseguido con su muerte redentora en la Cruz. El hombre que había sido arrojado del Paraíso después del pecado original, vuelve de nuevo a la casa paterna. Con razón establece el Apóstol el paralelismo entre Adán y Jesucristo, entre la desobediencia de nuestro primer padre y la obediencia de nuestro Redentor. Por Adán nos vino la vida terrena, pero por Cristo nos viene la vida celestial. Por el primer hombre entró la muerte en el mundo, por el nuevo Adán entró la resurrección.

No obstante, nos aclara San Pablo que sólo quienes se dejan llevar del Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Poco antes ha dicho que estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente, pues si vivimos según la carne caminamos hacia la muerte. Ahora, por el contrario, estamos en deuda con el Espíritu y por eso hemos de dar muerte a las obras del cuerpo, para que de ese modo vivamos la nueva vida que Cristo nos ha conseguido con su muerte.

Hay que dejarse llevar por el Espíritu, hay que estar atento a sus mociones y seguirlas con prontitud y docilidad. De lo contrario retrasaremos nuestro paso hacia Dios, frenaremos nuestra marcha hacia la santidad. Pidamos luces y fortaleza, para ver lo que el Espíritu nos indica y para llevarlo a cabo, cueste lo que cueste.

Un impulso interior nos hace gritar ¡Abba!, Padre. Así se expresa San Pablo, manifestando seguramente su experiencia personal. Sin duda que para él era tal la fuerza íntima del Espíritu que en ocasiones siente deseos de gritar, un ardor incontenible de expresar de alguna forma sus más hondos sentimientos. Es la fuerza del Espíritu, y al mismo tiempo la misma convicción personal, que le muestran de modo incontrovertible, su condición de hijo de Dios.

Si somos hijos de Dios, continúa diciendo el autor inspirado, somos también herederos, herederos de Dios -recalca- y coherederos con Cristo. Un día recibiremos la misma herencia del Primogénito, participaremos de su gloria divina. Pero nos advierte que para ello es preciso sufrir con Cristo. Sólo participará en el botín quien haya saboreado el duro regusto de la batalla. Emprendamos, por tanto, una vez más la lucha contra el enemigo, reemprendamos de nuevo el propósito de ser fieles al Señor en cada encrucijada, fácil o difícil, que se nos presente. Suframos cuanto sea preciso con Cristo, para que podamos ser también glorificados con él.

2.- Confidencia suprema.- Un monte es de nuevo el escenario propicio para el encuentro del hombre con Dios… En el silencio de las alturas es más fácil escuchar la palabra inefable del Señor, en la luz de las cumbres es más asequible contemplar la grandeza divina, sentir su grandiosa majestad. En esta ocasión que nos relata el evangelio, Jesús se despide de los suyos y antes de marchar les recuerda que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Esto supuesto, los envía a todo el mundo para que hagan discípulos de entre todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Podríamos afirmar que en ese momento la revelación de los divinos misterios llega a su plenitud: se desvanecen los celajes que durante milenios habían cubierto los secretos de Dios. Su Corazón movido por su infinito amor se abre a todos los hombres, su más íntima confidencia, su misterioso y sorprendente modo de ser, su inefable esencia una y trina: Una sola Naturaleza y tres divinas Personas, distintas entre sí e iguales al mismo tiempo en grandeza y soberanía.

Ante este rasgo de confianza suprema por parte de Dios, nos corresponde a los hombres un acatamiento rendido, un acto de fe profunda y comprometida para con este Dios y Señor nuestro, único y verdadero, muy por encima de nuestra corta capacidad de conocimiento y de amor. Creer firmemente en él, esperar también contra toda esperanza su ayuda y su perdón. Tratar sobre todo de amarle y servirle con todas las fuerzas de nuestro ser.

Hoy es un buen día para remozar las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad. Fomentar además nuestro trato en intimidad y confianza con las tres divinas Personas. Con el Padre que hizo el cielo y la tierra. Con el Hijo que dio su vida por nosotros y se nos ha quedado cercano y asequible en la Eucaristía. Con el Espíritu Santo que en todo momento nos impulsa hacia Dios, la Luz que alegra nuestra vida entera.

Antonio García-Moreno

Misterio de amor

1.- Dios es amor, y amor entre personas. El misterio de la Santísima Trinidad -Un sólo Dios en tres Personas distintas-, es la revelación central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo. Misterio es algo que sólo podemos comprender cuando Dios nos lo revela. Aunque es un dogma difícil de entender, fue el primero que entendieron los Apóstoles. Después de la Resurrección, comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por el Padre. Y, cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus corazones en Pentecostés, comprendieron que el único Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo. Comprendieron, sobre todo que Dios es amor entre personas. Nosotros, como dice la Carta a los Romanos, somos hijos de Dios y coherederos con Cristo. Recibimos a raudales el amor de Dios.

2.- Dios se manifiesta en la historia como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Creemos que la Trinidad es Una. No creemos en tres dioses, sino en un sólo Dios en tres Personas distintas. No es que Dios esté dividido en tres, pues cada una de las tres Personas es enteramente Dios. Además, sabemos que cada una de las Personas de la Santísima Trinidad está totalmente contenida en las otras dos, pues hay una comunión perfecta entre ellas. Con todo, las personas de la Santísima Trinidad son distintas entre sí, dada la diversidad de su misión: Dios Hijo-por quien son todas las cosas- es enviado por Dios Padre, es nuestro Salvador. Dios Espíritu Santo-en quien son todas las cosas- es el enviado por el Padre y por el Hijo, es nuestro Santificador. Lo vemos claramente en la historia de la salvación: en la Creación, en la Encarnación y en Pentecostés En la Creación, Dios Padre está como principio de todo lo que existe. En la Encarnación, Dios se encarna, por amor a nosotros, en Jesús, para liberarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna. En Pentecostés, el Padre y el Hijo se hacen presentes en la vida del hombre en la Persona del Espíritu santo, cuya misión es santificarnos, iluminándonos y ayudándonos con sus dones a alcanzar la vida eterna. Ahora, en esta etapa final de la historia, es la hora del Espíritu.

3.– Al hacer la señal de la cruz pronunciamos el nombre de las tres personas de la Trinidad, «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» Es costumbre repetir frecuentemente estas palabras, principalmente al principio y al fin de nuestras acciones. Cada vez que hacemos la Señal de la Cruz sobre nuestro cuerpo, recordamos el misterio de la Santísima Trinidad.

– En el nombre del Padre: Ponemos la mano sobre la frente, señalando el cerebro que controla todo nuestro cuerpo, recordando en forma simbólica que Dios es la fuente de nuestra vida.

-…y del Hijo: Colocamos la mano en el pecho, donde está el corazón, que simboliza al amor. Recordamos con ello que por amor a los hombres, Jesucristo se encarnó, murió y resucitó para librarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna.

-…Y del Espíritu Santo: Colocamos la mano en el hombre izquierdo y luego en el derecho, recordando que el Espíritu Santo nos ayuda a cargar con el peso de nuestra vida, el que nos ilumina y nos da la energía para vivir de acuerdo a los mandatos de Jesucristo..

Al hacer la señal de la cruz manifestamos que Dios es comunidad de amor y que nos ama personalmente a cada uno de nosotros. Esto es lo que tenemos que anunciar a todos, sabiendo que Dios está con nosotros hasta el final de los tiempos.

José María Martín, OSA